LA GRAN SIMULADORA
Que el eslogan de campaña de Cristina Fernández (“el cambio recién empieza”) resultó ser una carnada engañosa, ya no quedan dudas.
Lo que más sorprende es que el titiritero-ventrílocuo detrás de ella, su marido –un hombre del interior, que surgió después de su mandato presidencial como el artífice de ese monumental embuste- no llegue a entender la realidad del país, es absolutamente incomprensible.
Lo cierto es que, a pesar de su ruidosa “gira internacional de instalación” y de la campaña proselitista interna, que nos costó a los argentinos unos cuantos millones del erario público, (sin contar las generosas contribuciones del exterior, especialmente de Cuba y Venezuela), la reina K no ha dado muestras de la tan mentada “inteligencia” que nos vendieron hace dos años.
Cristina Fernández, el ideal del anti-estadista, nunca comienza su día antes de las 11 de la mañana, suponemos que ocupada en sus afeites personales. Que un presidente confunda su exposición pública con la obsesión por la imagen, a la manera de las estrellas de Hollywood, es un grave error. Pero mucho más grave resulta no conocer ni comprender los grandes temas nacionales a los que debe abocarse inmediatamente, una vez jurado el cargo. Esto indica un profundo desconocimiento de lo que implica ser presidente de una Nación, de la realidad de su propio entorno y, lo peor de todo, su incapacidad manifiesta para ocupar el cargo que ostenta.
Dejando de lado sus frases de colección, que pintan no solamente su ignorancia sino también su mala fe (desconoce hasta la elemental fórmula del agua, que se enseña en la escuela secundaria), es notable su falta de talento para la primera magistratura del país. El artículo 16 de nuestra Carta Magna, el que se refiere a la igualdad ante la ley, establece que la única condición para ser admitidos en un empleo es la idoneidad. Nuestra primera empleada, cuyo título de abogada todavía se busca, hace gala cotidianamente de la ausencia de este requisito indispensable para el cargo que ocupa, el más importante del país, por lo que en algún futuro habrá que demandárselo, ya que candidatearse sin reunir los requisitos, a sabiendas, es una reprochable falta de ética.
Si la señora Fernández hubiera comprendido la gravedad de su puesto, estaría a primera hora de la mañana en su “trinchera”, su despacho en la casa de gobierno, abocada a tratar de resolver los grandes temas que aquejan a sus compatriotas: la inseguridad, el desempleo, los bajos salarios (docentes e investigadores, entre otros), los magros ingresos de los jubilados, y un largo etcétera.
Si tuviera vocación de estadista, en lugar de dedicarse al populismo, estaría realmente preocupada, no por ser aceptada por los recipientes de dádivas, sino por resolver en forma definitiva los grandes problemas de esos sectores excluidos, es decir, por diseñar políticas de estado sustentables. Además, para lograr su cometido, que es el de coordinar todo el trabajo, debería concentrarse en buscar a la persona más idónea para cada puesto -no necesariamente los amigos o la parentela-, y en monitorear permanentemente sus actividades, a los fines de llevar un seguimiento de las tareas encomendadas y de evaluar los resultados para futuras acciones.
En lugar de eso, los argentinos asistimos azorados a las cotidianas actividades de la presidente, que se reducen a inaugurar lo ya inaugurado o lo que todavía está en construcción, a hacer anuncios de utópicos o ridículos canjes de bicicletas y monopatines -cuando no de megalómanos proyectos surrealistas, como el tren bala-, a sacarse fotos con las víctimas de una catástrofe, o a quejarse de que la oposición y la prensa no la tratan como debieran, sin mencionar sus actos de hedonismo puro. Todo a partir de las 18 horas. De gobernar, hasta ahora, ni noticias.
La inexistente imagen de estadista en el país y en el mundo le ha dejado a Cristina, como único “salvavidas”, el tema de los derechos humanos. La justicia, presionada por los K para ocuparse exclusivamente de las causas referidas al último gobierno militar, demandó más fondos para cumplir con las exigencias de la presidente. Milagrosamente, esos fondos, también prometidos pero nunca entregados para los habitantes de Tartagal, Chaco, Tucumán y muchos otros rincones del país, salieron de la galera K para crear y financiar 750 nuevos puestos que satisfagan los deseos de venganza de ciertas madres y supuestas abuelas. Para las necesidades urgentes de los compatriotas en desgracia, para los tobas desnutridos del Chaco, para los chacareros fundidos, para paliar la crisis de los que más sufren, ni un peso.
La única preocupación de la presidente, aunque en realidad debemos hablar del “matrimonio presidencial” es “la caja”, que les permite abonar su enriquecimiento personal y el de su entorno, el anacrónico populismo, el clientelismo político, la demagogia, la prebenda, el favoritismo. Para las tareas de gobierno reales, ni un patacón.
Después de un año y tres meses de gobierno, la presidente ha demostrado lo que es: el gran fraude nacional. Simular significa “pretender ser o fingir lo que no se es”. Quince meses después de jurar como “la más apta” para la presidencia de la república, Cristina Fernández ha mostrado la hilacha: lo suyo no es gobernar sino “pretender” o fingir hacerlo. Desde hace un año y tres meses los argentinos no tenemos una presidente, sino una gran simuladora.
Raquel E. Consigli
Horacio Martínez Paz