ESPERANDO A GODOT
Godot, la Justicia en Argentina, sigue haciéndose esperar.
En el día de la fecha varios medios gráficos y digitales se han hecho eco de una noticia que ya no asombra a la sociedad: el juez Octavio Aráoz de Lamadrid, hijo y nieto de juez, ha sobreseído a Alessandra Minicelli, la esposa del super ministro Julio De Vido, por presunto enriquecimiento ilícito.
La noticia no tendría mayor transcendencia si no fuera por un condimento especial: el juez Aráoz de Lamadrid, actualmente subrogando el cargo en el Juzgado Federal Penal Nº 9 de Capital Federal, fracasó en su intento por convertirse en titular de ese juzgado, al haber sido “bochado” en el examen realizado a fines del año pasado. El juez Áraoz obtuvo 10 puntos sobre 100, es decir un 1 (uno).
Esperando a Godot, la famosa obra del escritor irlandés Samuel Beckett, ganador del Nobel en 1969, pertenece a lo que se ha dado en llamar “teatro del absurdo”. Sus protagonistas son dos vagabundos, Vladimir y Estragón, que se pasan todo el tiempo que dura la obra bajo un árbol a la vera del camino, esperando a un ser misterioso, Godot, cuya importancia parece ser vital para los personajes y que a cada rato hace saber que llegará de un momento a otro, pero finalmente nunca aparece. Godot es, según se puede deducir, aquello que cada ser humano considera deseable o urgente, y en lo que, por lo tanto, ha depositado todas sus esperanzas, aunque nunca se haga realidad.
Prácticamente desde nuestros inicios como Nación independiente y organizada, a partir de la promulgación de nuestra Carta Magna en 1853, Argentina ha estado esperando la concreción de un sistema judicial confiable y JUSTO, aunque en la realidad sigue habiendo en este punto un vacío casi absoluto si no fuera por algunas excepciones tan honrosas como escasas.
Dentro de la pseudo democracia que estamos viviendo los argentinos, con un poder ejecutivo despótico y que desconoce el art. 29 CN, que prohíbe los superpoderes, amén de un poder legislativo cómplice, inoperante y "chupamedias", la única tabla de salvación para la ciudadanía sería un poder judicial probo, sabio, independiente y, valga la redundancia, justo. Lamentablemente ya tenemos sobradas pruebas de que éste no existe y que está tan digitado desde el ejecutivo como lo está el legislativo.
En Argentina, los únicos que tienen acceso a la justicia son los asesinos y violadores, que son inmediatamente dejados en libertad, debido a que tienen "derechos humanos". El resto de la sociedad, incluyendo a quienes, en su momento, se enfrentaron al terrorismo apátrida en los años 70, se encuentran hacinados entre insectos y roedores en la cárcel de Marcos Paz y otros penales del país sugeridos por la madre putativa y por la "nonna" de los K, privados de cualquier acto de estricta justicia, ya que, en general, nuestros jueces, sujetos timoratos y amantes de la billetera, del cargo y del poder, no se someten a la Constitución Nacional, y mucho menos a su artículo 18.
Por otra parte, en el artículo 16 de la CN de 1853, que sobrevivió a las diversas reformas, incluyendo la de 1994, se lee que "todos los habitantes son iguales ante la ley, y admisibles en los empleos sin otra condición que la idoneidad", lo cual no parece regir para la función pública y mucho menos para los jueces.
En la escena final de Esperando a Godot, en la cual ambos linyeras se pronuncian por abandonar la espera y ponerse en marcha, pero no lo hacen, Beckett ha querido expresar su pesimismo sobre la naturaleza humana. Nosotros, como muchos compatriotas, queremos expresar, en cambio, nuestro deseo de que la Justicia argentina se ponga en marcha de una vez por todas, es decir que, inesperadamente, Godot haga su aparición y que nos dé la sorpresa de poder conocer su rostro.
Raquel E. Consigli
Horacio Martínez Paz