4 nov 2012


LA IDEA FIJA

Para algunos, la política es un arte. Para otros, es el arte de eternizarse en el poder. No hay en la historia ningún dictador que no haya intentado la permanencia ininterrumpida en la primera magistratura, ya que su concepción de la política es la de una “carrera” sin fin. Un dictador se piensa a sí mismo como la encarnación de un mesías, un enviado divino, imprescindible para la sociedad y dotado de un aura “celestial” que lo diferencia de los demás mortales.

Quienes se suben al carro político para llevar a cabo sus propios negocios, quedan automáticamente “amarrados” al mismo, aumentando cotidianamente su apetito por el poder, cualquiera sea el peldaño de la escalinata en el que se encuentren.

Así, muchos políticos rotan desde los puestos legislativos a los ejecutivos y viceversa, sin volver jamás al llano desde donde partieron, amparándose en fueros y privilegios y evitando el juicio de la ciudadanía. Los legisladores, por ejemplo, se aferran con uñas y dientes a sus bancas, permaneciendo en las mismas el mayor tiempo posible, intentando convencer al pueblo sobre sus virtudes.

En el caso de los presidentes, la cuestión es más grave, ya que una vez ganada una elección, se empeñarán en ser reelegidos indefinidamente, sin importar si para eso deben modificar la carta magna y las leyes del país, con las complicaciones y gastos que ello trae aparejado al Estado.

La Constitución argentina, redactada inmediatamente después del derrocamiento de Rosas –quien digitó durante 35 años la conducción de las Provincias Unidas−, estableció para el presidente un período de seis años, sin posibilidades de ser reelecto para un segundo mandato consecutivo, con la clara intención de que nunca más se verificara una situación similar a la vivida en el país durante la primera mitad del siglo XIX.

En 1949, Juan Domingo Perón reformó el texto de nuestra ley fundamental con el fin de ser reelegido indefinidamente. En 1994, Carlos Saúl Menem hizo lo propio, pero reduciendo la duración a cuatro años y con la posibilidad de un solo mandato posterior.

Desde la reforma peronista ha sido ambición de todos los mandatarios argentinos la permanencia indefinida en el cargo, convirtiéndose a partir de 2003 en una idea fija del matrimonio Kirchner. Además de pasarse entre ellos el bastón de mando, sus partidarios y aplaudidores, beneficiarios perpetuos de las dádivas del Estado, claman ahora por una “Cristina eterna”.

El artículo 77 del texto original de nuestra Carta Magna decía: “El presidente y vicepresidente duran en sus empleos el término de seis años; y no pueden ser reelegidos sino con intervalo de un período. Así sucedió por dos veces, con Julio Argentino Roca  y con Hipólito Yrigoyen, aunque este último no alcanzó a completar el segundo mandato. Es curioso el término que los constituyentes del 53 usaron para estos cargos, refiriéndose a ellos como “empleos”.

En la Constitución reformada de 1994, el artículo 90 establece la posibilidad de la reelección presidencial, aunque solamente por un período consecutivo, situación que se verifica actualmente con la presidenta Kirchner, por lo cual una tercera vez queda descartada de plano.

Es por eso que para los fanáticos cristinistas la eternización presidencial implica necesariamente una nueva reforma constitucional, convertida ahora en la obsesión que desvela a gran parte de los legisladores y funcionarios del entorno de la primera mandataria.

La República Argentina jamás debió apartarse de la sabia Constitución de 1853/60. Por haberlo hecho, así nos va.

© Raquel E. Consigli y Horacio Martínez Paz