REALIDADES Y PESADILLAS
Quien en algún momento de su vida se dejó seducir por un libro extraordinario, “1984”, de George Orwell, escritor británico nacido en la India, es casi seguro que la realidad allí descripta acerca de la patética existencia de una miserable sociedad, ubicada en un futuro no tan distante de esos momentos, lo movió a pensar que esas situaciones sólo podían consistir en una aventura del pensamiento y aparecer como un ejemplo del género literario denominado “ciencia ficción”, que por esos años asomaba al interés publico.
Parecía impensable que, si bien no todos, por lo menos parte de los suplicios infringidos a esa pobre humanidad por un ignoto Buró -que manejaba hasta sus más minúsculas actividades- pudiera darse en la realidad. Sin embargo, por esos tiempos, los fachismos de izquierda y de derecha estaban llevando a cabo algunos procedimientos descriptos en la obra mencionada. La diferencia es que el “orden” impuesto por esas dictaduras reales era conseguido con el método habitual y ya consagrado por la historia: el exterminio de los “no colaboradores”. Más intrigante y sugestiva resulta la verificación, en esas sociedades ultrajadas por sendas dictaduras (nazismo y comunismo), de un proceso de idiotización colectivo, el cual sí estaba descripto en el libro mencionado. Era patético comparar el paralelismo de la actitud fanática, irracional y estúpida de esas masas obnubiladas, con el estado de total entrega de esa supuesta sociedad de “1984”.
Es admirable la capacidad de anticipación de George Orwell, obviamente no por lo que ya estaba sucediendo cuando él escribió el libro, sino por su idea de que esos procedimientos podrían ser aplicados en un futuro con una sofisticación inédita y sumamente eficaz. Sin embargo, cuando el nazismo colapsó en su gangrenosa consistencia, y el comunismo ruso se diluyó en una escatológica precipitación planetaria, fue lícito deducir que el libro de marras sólo había sido una travesura del pensamiento y que era muy improbable que en el futuro alguna sociedad volviera a tropezar con la misma piedra. Vana esperanza.
Quizá nunca sabremos si tales hechos se reproducen por el contagio de algún ancestral instinto gregario, del cual son portadoras importantes porciones de la humanidad, o por alguna falla genética, o simplemente por una estupidez generalizada. Lo cierto es que, si bien el desarrollo de la técnica de las comunicaciones -especialmente aquellas que no pueden ser manipuladas fácilmente, como la Internet-, es una valla de contención a esos avances de los poderes inescrupulosos, aún así cada tanto aparece en algún lugar del mundo algún “Hermano Grande” que viene a “salvar” a su rebaño.
No obstante todo lo mencionado, hay una luz de esperanza para esta sufrida humanidad. Los aspirantes a dictadores y seres autodesignados para salvar a sus indefensos súbditos pareciera que son cada vez más idiotas y que aparecen en ciertos lugares del mundo cuyos habitantes nunca conocieron ese tipo de contaminación cerebral (o al menos no del todo). Hoy sería impensable que un Hitler prosperara en Inglaterra, Francia o Nueva Zelanda, por poner algunos ejemplos. Y no es de creer que a los chinos, después de la experiencia de estos últimos años, les queden muchos deseos de leer el librito rojo de Mao.
Pero éste es un mundo que se asemeja a una caja de Pandora. ¿A quién medianamente en sus cabales se le hubiera ocurrido pensar hace 10 años que Argentina pudiera caer en manos de personeros del marxismo leninismo? Sería más lógico pensar que ello sucediera en algún país exótico caribeño, por su cercanía con el dinosaurio cubano. Pero… ¡¡la Argentina!!
El mundo civilizado avanzó globalmente, pero las técnicas de engaño, la falsificación de las estadísticas, el lavado de cerebros juveniles, la permisividad oficial en la libre introducción de las drogas envenenadoras de esas mentes y, por último, el surgimiento de una creciente casta de delincuentes sanguinarios y crueles como nunca se vió en el país, eso sí formaba parte del sistemático amedrentamiento social descripto en la obra de Orwell. Los dictadores de esa novela transforman el engaño, la manipulación informativa y el terror creado ex profeso, en herramientas de dominación de la sociedad. Un estado de desequilibrio absoluto se verifica en todas sus páginas. La lógica es ajena a todo razonamiento aceptable en ese enfermizo presente imaginario. La dominación de la sociedad es el objetivo final. Aquí debemos intercalar la acostumbrada frase “toda similitud con la realidad... ¿no es acaso una absoluta coincidencia?”
A esta altura de la presente nota, ya no es necesario seguir trayendo a colación las aberraciones expuestas por Orwell. La realidad argentina actual es suficiente para exhibir ese clima alienante y perturbador que campea en forma siniestra, combinado con dosis letales de mesianismo, corrupción, ignorancia, simulación y mentira de la casta burócrata que nos está sumergiendo en un abismo de imprevisible final
La sociedad argentina asiste en estos días a una realidad impensada en cualquier periodo anterior de su historia. Todo parece sumergido en el mundo del revés. Se anuncia un miserable aumento jubilatorio para la inmensa mayoría, ahora de jubilación mínima, y se lo hace aparecer como si fuera el máximo esfuerzo posible. Hace apenas dos meses tomaron por asalto los fondos de las AFJP, que, por supuesto, no son aplicados a quienes les corresponden. Por el contrario, a los astronómicos aumentos de los impuestos, al menos en el Gran Buenos Aires, en todas las áreas, incluyendo el impuesto sanitario que oscila entre 100 y 500%, seguramente los tratarán con algún subterfugio dialéctico que demostrará que son positivos. Por su parte, las mentes impolutas que dirigen la justicia en el país están únicamente preocupadas por defender los derechos humanos de algunos deshechos infames que están diezmando a la población que trabaja y que mantiene con su esfuerzo a esa casta de engendros retrógrados que nos imponen sus malhadadas voluntades.
El ciudadano común contempla asombrado los absurdos procedimientos que se dirigen exactamente en la dirección opuesta a la que deberían seguir. Nuestros gobernantes prohíben las exportaciones en momentos en que son el único recurso creíble, mientras se atribuyen la facultad de decidir quién gana dinero y quién no, aunque, por supuesto, la corrupción generalizada no parece suscitar ningún tipo de preocupación en los involucrados.
Podrá observarse que el presente artículo no entra en pormenores aún más vergonzosos de esta triste realidad. Pensamos que sería necesario que en algún momento, cuando esta pesadilla sea un triste recuerdo, se considere la posibilidad de tomar las medidas tendientes para que cada candidato que aspire a dirigir los destinos del país, en cualquiera de sus estratos, sea sometido a un test de aptitud mental, a efectos de asegurarnos de que nunca más un desequilibrado cualquiera pueda acceder a funciones importantes. Por su parte, la calidad moral de los aspirantes a cargos públicos sólo podría ser evaluada en reiteradas elecciones internas que procurasen apuntar a los más aptos.
Sin una sistemática calificación y un meticuloso proceso de selección de los candidatos a dirigentes de la Nación, a través de los métodos que se consideren más adecuados, siempre estaremos propensos a caer en manos de simples aventureros cuyo único antecedente consiste en haber efectuado juveniles charlas de café o diletantes efervescencias ideológicas en el centro de estudiantes de la Facultad, con las delirantes recetas mesiánicas que suelen imaginarse en esas épocas de la vida. Es así que, por ejemplo, nuestros actuales gobernantes, surgidos de aquellas diatribas de juventud, manifiestan tanto “cariño” por los pobres, que han llenado el país de ellos.
Nuestra novela, “1984”, no tiene un final feliz. El monstruo perverso gana la partida. Esperemos que con la diaria prédica de los bienintencionados, los estudiosos, los que tienen sed de justicia, los que sufrieron despojos pero aún así tienen esperanzas, los que han visto destruidas sus familias por el ataque artero de los sicarios funcionales a este estado de cosas, quizá con la acción de todas esas victimas en conjunto, en algún momento, sea posible revertir la pesadilla y encontrar al fin un futuro feliz para nuestra Argentina.
Alfredo Orlandoni
Quien en algún momento de su vida se dejó seducir por un libro extraordinario, “1984”, de George Orwell, escritor británico nacido en la India, es casi seguro que la realidad allí descripta acerca de la patética existencia de una miserable sociedad, ubicada en un futuro no tan distante de esos momentos, lo movió a pensar que esas situaciones sólo podían consistir en una aventura del pensamiento y aparecer como un ejemplo del género literario denominado “ciencia ficción”, que por esos años asomaba al interés publico.
Parecía impensable que, si bien no todos, por lo menos parte de los suplicios infringidos a esa pobre humanidad por un ignoto Buró -que manejaba hasta sus más minúsculas actividades- pudiera darse en la realidad. Sin embargo, por esos tiempos, los fachismos de izquierda y de derecha estaban llevando a cabo algunos procedimientos descriptos en la obra mencionada. La diferencia es que el “orden” impuesto por esas dictaduras reales era conseguido con el método habitual y ya consagrado por la historia: el exterminio de los “no colaboradores”. Más intrigante y sugestiva resulta la verificación, en esas sociedades ultrajadas por sendas dictaduras (nazismo y comunismo), de un proceso de idiotización colectivo, el cual sí estaba descripto en el libro mencionado. Era patético comparar el paralelismo de la actitud fanática, irracional y estúpida de esas masas obnubiladas, con el estado de total entrega de esa supuesta sociedad de “1984”.
Es admirable la capacidad de anticipación de George Orwell, obviamente no por lo que ya estaba sucediendo cuando él escribió el libro, sino por su idea de que esos procedimientos podrían ser aplicados en un futuro con una sofisticación inédita y sumamente eficaz. Sin embargo, cuando el nazismo colapsó en su gangrenosa consistencia, y el comunismo ruso se diluyó en una escatológica precipitación planetaria, fue lícito deducir que el libro de marras sólo había sido una travesura del pensamiento y que era muy improbable que en el futuro alguna sociedad volviera a tropezar con la misma piedra. Vana esperanza.
Quizá nunca sabremos si tales hechos se reproducen por el contagio de algún ancestral instinto gregario, del cual son portadoras importantes porciones de la humanidad, o por alguna falla genética, o simplemente por una estupidez generalizada. Lo cierto es que, si bien el desarrollo de la técnica de las comunicaciones -especialmente aquellas que no pueden ser manipuladas fácilmente, como la Internet-, es una valla de contención a esos avances de los poderes inescrupulosos, aún así cada tanto aparece en algún lugar del mundo algún “Hermano Grande” que viene a “salvar” a su rebaño.
No obstante todo lo mencionado, hay una luz de esperanza para esta sufrida humanidad. Los aspirantes a dictadores y seres autodesignados para salvar a sus indefensos súbditos pareciera que son cada vez más idiotas y que aparecen en ciertos lugares del mundo cuyos habitantes nunca conocieron ese tipo de contaminación cerebral (o al menos no del todo). Hoy sería impensable que un Hitler prosperara en Inglaterra, Francia o Nueva Zelanda, por poner algunos ejemplos. Y no es de creer que a los chinos, después de la experiencia de estos últimos años, les queden muchos deseos de leer el librito rojo de Mao.
Pero éste es un mundo que se asemeja a una caja de Pandora. ¿A quién medianamente en sus cabales se le hubiera ocurrido pensar hace 10 años que Argentina pudiera caer en manos de personeros del marxismo leninismo? Sería más lógico pensar que ello sucediera en algún país exótico caribeño, por su cercanía con el dinosaurio cubano. Pero… ¡¡la Argentina!!
El mundo civilizado avanzó globalmente, pero las técnicas de engaño, la falsificación de las estadísticas, el lavado de cerebros juveniles, la permisividad oficial en la libre introducción de las drogas envenenadoras de esas mentes y, por último, el surgimiento de una creciente casta de delincuentes sanguinarios y crueles como nunca se vió en el país, eso sí formaba parte del sistemático amedrentamiento social descripto en la obra de Orwell. Los dictadores de esa novela transforman el engaño, la manipulación informativa y el terror creado ex profeso, en herramientas de dominación de la sociedad. Un estado de desequilibrio absoluto se verifica en todas sus páginas. La lógica es ajena a todo razonamiento aceptable en ese enfermizo presente imaginario. La dominación de la sociedad es el objetivo final. Aquí debemos intercalar la acostumbrada frase “toda similitud con la realidad... ¿no es acaso una absoluta coincidencia?”
A esta altura de la presente nota, ya no es necesario seguir trayendo a colación las aberraciones expuestas por Orwell. La realidad argentina actual es suficiente para exhibir ese clima alienante y perturbador que campea en forma siniestra, combinado con dosis letales de mesianismo, corrupción, ignorancia, simulación y mentira de la casta burócrata que nos está sumergiendo en un abismo de imprevisible final
La sociedad argentina asiste en estos días a una realidad impensada en cualquier periodo anterior de su historia. Todo parece sumergido en el mundo del revés. Se anuncia un miserable aumento jubilatorio para la inmensa mayoría, ahora de jubilación mínima, y se lo hace aparecer como si fuera el máximo esfuerzo posible. Hace apenas dos meses tomaron por asalto los fondos de las AFJP, que, por supuesto, no son aplicados a quienes les corresponden. Por el contrario, a los astronómicos aumentos de los impuestos, al menos en el Gran Buenos Aires, en todas las áreas, incluyendo el impuesto sanitario que oscila entre 100 y 500%, seguramente los tratarán con algún subterfugio dialéctico que demostrará que son positivos. Por su parte, las mentes impolutas que dirigen la justicia en el país están únicamente preocupadas por defender los derechos humanos de algunos deshechos infames que están diezmando a la población que trabaja y que mantiene con su esfuerzo a esa casta de engendros retrógrados que nos imponen sus malhadadas voluntades.
El ciudadano común contempla asombrado los absurdos procedimientos que se dirigen exactamente en la dirección opuesta a la que deberían seguir. Nuestros gobernantes prohíben las exportaciones en momentos en que son el único recurso creíble, mientras se atribuyen la facultad de decidir quién gana dinero y quién no, aunque, por supuesto, la corrupción generalizada no parece suscitar ningún tipo de preocupación en los involucrados.
Podrá observarse que el presente artículo no entra en pormenores aún más vergonzosos de esta triste realidad. Pensamos que sería necesario que en algún momento, cuando esta pesadilla sea un triste recuerdo, se considere la posibilidad de tomar las medidas tendientes para que cada candidato que aspire a dirigir los destinos del país, en cualquiera de sus estratos, sea sometido a un test de aptitud mental, a efectos de asegurarnos de que nunca más un desequilibrado cualquiera pueda acceder a funciones importantes. Por su parte, la calidad moral de los aspirantes a cargos públicos sólo podría ser evaluada en reiteradas elecciones internas que procurasen apuntar a los más aptos.
Sin una sistemática calificación y un meticuloso proceso de selección de los candidatos a dirigentes de la Nación, a través de los métodos que se consideren más adecuados, siempre estaremos propensos a caer en manos de simples aventureros cuyo único antecedente consiste en haber efectuado juveniles charlas de café o diletantes efervescencias ideológicas en el centro de estudiantes de la Facultad, con las delirantes recetas mesiánicas que suelen imaginarse en esas épocas de la vida. Es así que, por ejemplo, nuestros actuales gobernantes, surgidos de aquellas diatribas de juventud, manifiestan tanto “cariño” por los pobres, que han llenado el país de ellos.
Nuestra novela, “1984”, no tiene un final feliz. El monstruo perverso gana la partida. Esperemos que con la diaria prédica de los bienintencionados, los estudiosos, los que tienen sed de justicia, los que sufrieron despojos pero aún así tienen esperanzas, los que han visto destruidas sus familias por el ataque artero de los sicarios funcionales a este estado de cosas, quizá con la acción de todas esas victimas en conjunto, en algún momento, sea posible revertir la pesadilla y encontrar al fin un futuro feliz para nuestra Argentina.
Alfredo Orlandoni