18 oct 2008

Pilar Rahola, ex vice alcaldesa de Barcelona, es socialista.
Vean qué opina del asesino serial devenido héroe.

¿Héroe o villano?

Por Pilar Rahola


El Che hizo ejecutar a decenas de disidentes cubanos y masacró a pueblos enteros

Me atrevo con el Che? La sola pregunta implica una autocensura que funciona con precisión automática cuando el tema escogido para un artículo presenta aristas incómodas. Y los mitos caídos en la trinchera son lo más sagrado de la religión atea, tanto, que analizarlos críticamente implica la expulsión directa del paraíso.

En estos tiempos en los que Don Quijote ya no topa con la Iglesia (quizá porque la pobre lleva años zarandeada), choca frontalmente con las religiones ideológicas, cuyos autos de fe son implacables contra los herejes. Y el Che es la fe en ella misma, el Santo Grial de los revolucionarios, el cáliz donde beben las bocas sedientas de viejas ideologías.

¿Quién duda de la bondad extrema del Che, de su entrega, de su heroicidad? Él, que sacrificó una vida de bienestar, que huyó de las medallas y de los honores, que volvió a las selvas de la lucha, allí donde germinaba la semilla de la revolución. Él, que dio su vida por el pueblo. Icono de masas, profeta de libertades y marca comercial por excelencia, el Che sobrevive al tiempo y a la historia, convertido en el cadáver más exquisito del siglo XX. Dicen que su perfil, extraído de la foto de Alberto Korda, es el símbolo más reproducido de la historia moderna.

Ahora, la película de Steven Soderbergh, con el espléndido Benicio del Toro metido en la piel del mito, da nueva luz al icono, y con ella retornan los tiempos de los pósters en las habitaciones de los adolescentes. Especialmente en Latinoamérica, donde los problemas endémicos se entrecruzan con los mitos revolucionarios y las promesas vacuas de los demagogos populistas. El Che es el paradigma del sacrificio por la causa, el héroe de todas las luchas, el ejemplo de la entrega, o así se ha construido el mito durante décadas de ficción histórica. Deconstruirlo es tanto como cometer sacrilegio a las puertas mismas de San Pedro.

Y, sin embargo, ¿no ha llegado la hora de deconstruir al mito, cuya bondad suprema es uno de los montajes propagandísticos más eficaces de la historia del comunismo? Por supuesto, Ernesto Guevara fue un hombre extraordinario, tanto por su magnética personalidad, como por su capacidad intelectual. Mucho más complejo que su amigo Fidel, un simple autoritario con ínfulas de Mesías, el Che fue el auténtico líder de los sueños utópicos de los años sesenta. Pero ello no evita reflexionar sobre algunos aspectos de su violenta biografía, en nada parecida a Santa Teresa de Calcuta.

Fue el Che el que hizo ejecutar a decenas de disidentes cubanos en la fortaleza de San Carlos de La Cabaña, como supervisor de los sumarísimos 'juicios revolucionarios' en Cuba. Y fue él mismo el que masacró pueblos enteros de campesinos, en su implacable avance revolucionario.
Estalinista convencido, nunca luchó por la libertad de ningún pueblo, sino para instaurar dictaduras del proletariado en todos los países sudamericanos, y su causa contenía, sin ambages, ni complejos, todos los elementos de la tiranía comunista. ¿Un libertador? Tanto como lo fue cualquier otro líder comunista de la época. Salvador del pueblo, en el sentido más patológicamente egocéntrico, su figura sólo puede entenderse como heroica si se considera heroico imponer las ideas matando a decenas de personas.

Sin duda fue un autoritario, y sin ninguna duda no tuvo problemas morales en ser un asesino. Que su causa naciera de razones nobles, que fuera un hombre con convicciones, que hubiera podido vivir una vida de comodidades y se dedicara a luchar por sus ideas, etcétera, todo es cierto. Pero nada de ello niega la mayor: que fue un enfurecido visionario, que quiso imponer, a sangre y fuego, sus dogmáticas e inapelables razones.Si el Che hubiera ganado en su carrera hacia la liberación, hoy toda Sudamérica sería una patética Cuba.
O, peor aún, naufragaría entre déspotas y mafias, cual una Rusia cualquiera. Y nada de ello, nada, tiene que ver con la libertad.

Fuente: La Vanguardia (Barcelona)