La Hora de Kristina
Primera Parte
Kristina consultó su Rolex de oro modelo “presidente”: eran las 15 y 20. Todavía tenía tiempo suficiente para terminar con los afeites del día, antes de aparecer por la Rosada pasadas las 16 horas.
- ¿Qué puedo hacer hoy para fastidiar a las señoras paquetas de Barrio Norte?, se preguntó casi cándidamente. Una ideita relampagueó en su mente. -Ya sé. La semana que viene, y con el veranito en puerta, me voy a tomar una hora más para producirme tranquila. No es cuestión de llegar tan temprano para no hacer nada. ¿Las señoras pitucas me harán un cacerolazo? Un segundo relámpago terminó por iluminar su sesera: ¡adelanto la hora y saco más provecho del día y de la noche!
La idea le pareció un diamante en bruto. Acostumbrada a la nocturnidad de las reuniones oficiales en la Rosada y en Olivos, todo se resolvería con un decretito. Tal vez algún funcionario “gringo” -de esos países que alguna vez le mandaron recetas económicas a la Argentina y ahora se hundían en una terrible crisis financiera por no tener un plan B- podría llegar a emitir una especie de quejido. Pero no. Nadie pataleó. El congreso obsecuente se sometió nuevamente a su capricho, salvo los mendocinos y otras provincias ignotas que -como el vicepresidente lo hizo alguna vez- se atrevieron a sublevarse. Y bueno, que se queden en el atraso. Tampoco van a gozar de los beneficios del tren bala. En cambio cuando yo tenga un acto en Mendoza, me subo al Tango 01 y ¡plum! llegó a la capital cuyana a la misma hora que salí de Baires. Esto es el progreso.
Al llegar a Balcarce 50, impuntual como siempre, chequeó la agenda de la tarde: nada excitante. ¡Moriré de tedio!, suspiró, justo en el momento en que su celular sonaba con el ringtone del alarido de María Sarapova a máximo volumen. ¿Quién será?, se preguntó encantada porque alguien la solicitara a hora tan temprana. ¿Hebita, Huguito? No. Su madre putativa, recordó, estaba en plena clase de cocina política, enseñando el guiso de garbanzos “Felisa”. Huguito encabezaba un acto partidario en La Matanza. Era el aburrido de Fernández. Charlie, el ministro de economía.