TODAS LAS MUJERES DE LA PRESIDENTA
Desde que vislumbraron la posibilidad de entronar en la primera magistratura del país al componente femenino del matrimonio, los Kirchner se dedicaron con ahínco a poner en marcha la primera parte del plan feminista: “instalar” la figura de Cristina Fernández en aquellos países con candidatas a la presidencia, a fin de que fueran familiarizándose con quien -con la seguridad de los millonarios aportes de campaña- ocuparía eventualmente la presidencia de la Nación. De esta forma se adelantarían a los supuestos triunfos de mujeres famosas en el mundo, presagiando de antemano su victoria en las urnas y asegurándose un lugar de preferencia en sus futuros gobiernos.
Es así que Fernández desembarcó en Estados Unidos y Francia con frondosas comitivas, lujosos vestuarios y pesados equipos de comunicación y protocolo, fotografiándose con gran pompa con Hillary Clinton y Segolène Royal, a quienes les manifestó que el siglo XXI sería “el siglo de las mujeres”.
Olvidando que en el primer mundo hay, en general, elecciones sin fraude, Cristina Fernández debió resignarse a que sus aspirantes al “codeo” presidencial fueran derrotadas en las urnas por sus contrincantes masculinos, en el caso de Hillary, en las internas de su propio partido, aunque el primer presidente negro en la Casa Blanca le ofreció el cargo más alto.
Sin embargo, una vez logrado el objetivo de acceder a la primera magistratura del país -para lo cual los Kirchner no tuvieron ningún empacho en echar mano a cuanto recurso financiero oscuro los catapultara al triunfo (petrodólares chavistas en valija a domicilio, generosas “contribuciones” de laboratorios y farmacias de dudoso origen, y un largo etcétera)- la presidenta electa no demoró en imponer al país su modelo “femenino”, acuñando el término “presidenta”, inexistente en el léxico castellano y en nuestra Constitución, para autodesignarse. Acto seguido, hizo buscar dentro de las fuerzas armadas a las tres mujeres que pudieran convertirse en sus “edecanas”, quienes se vieron prácticamente obligadas a aceptar los caprichos de la ex primera dama y a sufrir a partir de ese momento los plantones y ridículos a los que se han visto sometidas desde hace un año. Todo por un "compromiso de género", concepto no aplicable a los seres vivos que nacen de un sexo u otro. Hasta los insectos. Género, según aprendimos en nuestras escuelas, sirve para poner un artículo masculino o femenino a las cosas, y varía de acuerdo al idioma, incluyendo ejemplos en dónde no se "discrimina" como el inglés.
El tercer paso fue rodearse de mujeres secretarias y ministras, contando para ello con la incondicional “ayudita” de su cuñada Alicia, a quien mantuvo en el cargo para el que la había designado su marido. A ella se sumaron la hoy caída en desgracia Secretaria de Medio Ambiente, Romina Picolotti, heredada de la administración de su marido, y Graciela Ocaña, también colocada en un ministerio “social”.
Pero las más emblemáticas mujeres son aquellas designadas por CFK para ocupar cargos de real envergadura: Beatriz Nofal, en la Secretaría de Inversiones, Débora Giorgi, en el flamante Ministerio de la Producción, y la ex terrorista Nilda Garré en el tradicionalmente masculino Ministerio de Defensa, dispuesta a dejar tabla rasa entre sus eventuales subordinados.
Lo que tienen en común las mujeres de la presidenta es su estilo pseudojuvenil, en el que se destaca la larga cabellera de todas (salvo Garré), aunque su forma de vestir varía del “negligé” absoluto de Picolotti (muy al tono con su gestión), Ocaña y Alicia K., hasta el “pasarela” de Nofal, Giorgi y, sin dudarlo, la propia Cristina a quien los diseñadores locales han bautizado como una irremediable "fashion victim”. Un comentario sobre Beatriz Nofal: radical desde la cuna, pero inteligente y preparada, a pesar de haber cedido ante las musas del poder.
De todas estas mujeres, la ministra de Defensa aparece como la más enigmática de todas, con melena y estilo a contrapelo de las demás, en un confuso “término medio”, discurso elemental y ambiciones y resentimientos propios. La “comandante Teresa”, como se la recuerda en los ambientes de su juventud militante guerrillera, hace gala de un valor “masculino” que la lleva a declarar en público que no sabe lo que es un FAL o a enviar delegaciones militares a entrenamientos en el extranjero sin el correspondiente instrumental, para que quede claro que la que manda es ella, y que los militares en Argentina están absolutamente sometidos a las polleras de Cristina y a la suya.
Días atrás, la ministra aumentó la apuesta y se atrevió todavía a más: hizo publicar en un matutino de tirada nacional una nota con su firma en la que incursiona por la “filosofía” geopolítica, afirmando con gran desparpajo, pese a su pasado, que América del Sur debe convertirse en una “zona de paz”. Lo que mueve a risa en el escrito, sin embargo, es la elementariedad de los conceptos vertidos, que parecen elaborados a partir de una tablita fija de términos intercambiables, ya que se repiten varias veces ciertas palabras como “integración”, “consenso”, “cooperación regional”, en un contexto vacío de contenido y en cambio saturado de ambigüedades y naderías.
A pesar de su empeño, la presidenta (con “a” final, estimados compatriotas), no parece habernos convencido de que sus elecciones en la tribuna femenina sean las acertadas. En la Secretaría de Inversiones, nadie sabe a ciencia cierta a qué se dedica su atractiva titular, en el ministerio de Defensa se sabe casi con certeza a qué se dedica Garré, y en el de la Producción deberemos contentarnos, por el momento, a desear lo mejor para el país, aunque ello implique vivir tocando madera o con los dedos cruzados.
Raquel E. Consigli
Horacio Martínez Paz