19 ene 2009

NUESTRA MUJER EN LA HABANA


En 1958, un año antes de la revolución de Castro, el novelista británico Graham Green escribió una novela que luego sería llevada al cine, protagonizada por Alec Guiness, convirtiéndose rápidamente en un best seller. La obra en cuestión, titulada “Nuestro hombre en la Habana” (Our man in Havana), narra las aventuras de un vendedor de aspiradoras que es enrolado por error en el espionaje británico en la isla caribeña, en tiempos de tumulto político antes de la caída de Batista. Tentado por la oferta económica y sopesando la posibilidad de dar a su hija una educación en el extranjero, el protagonista decide aceptar el puesto y comienza entonces su carrera de espía aficionado que asombrará a la Inteligencia británica con sus escatológicos informes sobre la política cubana del momento.

A medida que el vendedor se ceba en su personaje de agente secreto, aumenta el climax y el carácter desopilante de la novela, ya que, a falta de datos auténticos para remitir a Londres, Jim Wormold –un fracasado comerciante con reales necesidades económicas- inventa los informes (llegando incluso a diseñar planos de armas nucleares a partir de los aparatos que vende), y recluta a supuestos sub-agentes entre sus conocidos, que harán creer en la capital inglesa que el protagonista ha conseguido formar, en el más absoluto secreto, una formidable red de espionaje a favor del imperio británico.

Con ciertas semejanzas en el argumento de la novela que vivimos los argentinos en este momento, la presidenta Cristina ha llegado a La Habana para desarrollar una “agenda secreta” con los hermanos Castro, aunque con ciertos detalles develados: la acompañaron en el viaje un centenar de empresarios que integran la “red” de la misión comercial con que los Kirchner pretenden engañar al pueblo argentino haciéndonos creer que firmarán contratos “científico-tecnológicos”, sanitarios y agrícolas con Cuba, pero sin reunión con los disidentes –en particular la neurocirujana Hilda Molina- que han solicitado una entrevista con la campeona latinoamericana de los derechos humanos.

Más allá de que sea posible intercambiar productos primarios (por ejemplo maíz y soja por caña de azúcar) no es pensable que se pueda importar maquinaria agrícola desde Cuba, ya que la diferencia entre los cultivos tropicales y los subtropicales hacen difícil la semejanza en las herramientas para sus respectivos cultivos. Pero lo más fantasioso de los informes del gobierno sobre este viaje y sus secretos es creer que un país en el que la industria en todas sus formas es prácticamente inexistente (o lleva un atraso de 100 años con respecto a la Argentina) pueda vender o comprar tecnología de punta o utensilios de cierta sofisticación. En el primer caso, porque no los fabrica y en el segundo, porque carece de los recursos financieros para hacer frente a operaciones comerciales de envergadura que involucren su adquisición. (Recordemos también que Cuba mantiene una deuda de 2.300 millones de dólares con Argentina).

De la misma forma, parece un argumento de ficción que un país prácticamente sumido en la miseria pueda “producir ciencia”, ya que eso solamente es posible en aquellos países que cuentan con recursos suficientes para fomentar y mantener la investigación que, en algunos campos, es de un altísimo costo financiero por lo que significan las instalaciones básicas, los insumos y el pago de aranceles a los científicos involucrados.

Los mismos argumentos son válidos para los supuestos intercambios en materia de educación o salud. Los cubanos no tienen permiso para tener Internet en sus hogares, mientras que los desoladores “paisajes” internos de los hospitales públicos de Cuba no dejan margen para la duda: la atención primaria de la salud en el país de los Castro está lejos de ser considerada “modelo”, lo que desmitifica el tan mentado slogan sobre las maravillas y los “adelantos” de la medicina cubana.

En cuanto al discurso sobre los derechos humanos que vapulea la presidenta argentina en todo momento, ¿qué se puede decir? Que es solamente un parlamento hueco, sin sustento en la realidad cotidiana, parcial, arbitrario e ideologizado: los derechos humanos existen sólo para quienes coinciden con su pensamiento político: los terroristas del pasado y los actuales en las distintas funciones de gobierno en el país y en el extranjero.

Cristina Fernández, nuestra mujer en La Habana, intenta convencer a la ciudadanía argentina, mediante sus relaciones secretas con los dictadores Castro, que Cuba está al mismo nivel que nuestro país en los campos industrial, científico, tecnológico y, sobre todo, en derechos humanos, aunque la realidad conocida de la isla caribeña desmiente a todas luces la deliberada falsedad y la flagrante hipocresía de nuestro matrimonio presidencial.

Raquel E. Consigli
Horacio Martínez Paz