EL PLAN K
Mientras en los países serios los primeros mandatarios se ocupan con real interés del bienestar de sus gobernados, en la Argentina “en serio” el matrimonio K se desvive por incrementar su fortuna personal y la de sus parientes y amigos, improvisando cada día la “agenda” y el “libreto” de la marioneta que oficia de presidenta. Los roles están definidos: uno piensa -o mejor dicho perpetra- y la otra habla, como lo hacía el ya desaparecido ventrílocuo Mr. Chassman con su muñeco Chirolita.
Es así que casi puntualmente, de martes a jueves (no es cuestión de trabajar de lunes a viernes), a las 18.30 hs, empieza la kermese en la residencia de Olivos, que no es precisamente la casa de gobierno. Con retraso, para no perder el entrenamiento ni sorprender a los fotógrafos, Cristina Fernández hace su ingreso al salón rodeada por su séquito de cortesanos: los empleados del lugar con la botellita de agua (que parece no haber paliado su reciente "deshidratación"), la sufrida edecana de turno y los asistentes incondicionales al discurso del día, en su mayoría obsecuentes miembros del gabinete nacional y gobernadores que se encuentran en Buenos Aires mendigando favores.
La presidenta chequea los micrófonos con ambas manos y se fija si el ayuda-memoria del discurso del día se encuentra correctamente instalado en su atril favorito. Mientras arranca con la diatriba cotidiana va recordando lo que su marido le hizo memorizar desde temprano, al tiempo que peluqueros, maquilladores, manicura y vestuarista se ocupaban de transformar la figura que había emergido del lecho presidencial después del mediodía.
¿Qué toca hoy? ¿Canje de cafeteras? ¿Anuncio de inversiones en Guinea Ecuatorial? ¿Túnel submarino al otro mundo? ¿Ataque a la oposición? ¿A cuál? En fin. El fluir de la conciencia presidencial es frondoso e inagotable. Las medidas contracíclicas que revolucionarán el país impactan en la audiencia. “Argentinos y argentinas, en este país tenemos solamente 'plan A' y todas las medidas apuntan a sostener este plan, que el mundo, en un futuro cercano, se verá obligado a copiar. Los poderosos de hoy vendrán a pedirnos la receta.”
La presidenta nos habla de las maravillas de no tener el plan B, ni C, ni D. ¡Qué afortunados somos los argentinos! Sólo tenemos un plan: el plan A, o sea el plan K.
Con ese plan podremos cambiar desde las bombitas de luz (que ahora serán cubanas o chinas) hasta los artefactos del baño, siempre por alguno de calidad inferior, pero será último modelo. En eso se agota "el" plan. A no quejarse. Somos los privilegiados en este mundo en crisis. (En otras partes la gente se suicida).
Sin embargo, la presidenta nos sorprende con su brevedad. Debe partir a inaugurar una alcantarilla en un ignoto pueblo de una provincia norteña. Ya son las 21 hs, pero el calor es insoportable. Cristina duda. ¿Abanico? No. El calor supera la capacidad de ese artefacto. Será mejor suspender las actividades por hoy. Después de todo ya es casi viernes, está literalmente agotada por el trajín semanal, y dentro de unas horas el Tango 01 la conducirá, fresca como una lechuga, a El Calafate donde la espera otra troupe de acólitos para dejarla cero kilómetro para la semana entrante, botox, extensiones y psicólogo mediante.
Argentinos: no nos quejemos. Estamos en "democracia" y, hasta ahora, el Plan K sigue funcionando.
Raquel E. Consigli
Horacio Martínez Paz