SANTIAGO KOVADLOFF en PUNTAL.com.ar (Río Cuarto)
Kovadloff: “El peronismo sabe que la pobreza es funcional a su modelo”
El destacado filósofo y académico critica al PJ en sus formas y en sus políticas. Por ejemplo, está en contra de la estatización de las AFJP. Más adelante señala que la Argentina es “un país fragmentado”.
El filósofo Santiago Kovadloff es crítico al peronismo, a sus formas, a sus políticas. “El peronismo sabe que la pobreza es funcional a su modelo”, dice, y expone sus argumentos en contra de esta “dependencia estatal de gran parte de la población”.
En la entrevista con PUNTAL también se manifiesta en contra de la última medida del Gobierno de Cristina Kirchner. “Los jubilados están excluidos del país”, sostiene.
Y agrega: “En la Argentina, donde los jóvenes se ven privados de los medios para formarse e incluirse dentro de la sociedad, los ancianos también se ven alcanzados por la intrascendencia cívica que afectaba a otros sectores de la población”.Con tono pausado, masticando cada una de sus ideas, el filósofo repasa la actualidad nacional e internacional y, desde su disciplina, avanza en alternativas para salir de la crisis. “La Argentina es un país fragmentado, sin identidad nacional; la filosofía puede contribuir a identificar las causas de esa fragmentación, sugerir caminos de reflexión y acción”, postula.
-En esta época vertiginosa ¿hay tiempo para la filosofía?
-La filosofía jamás se desplegó en un mundo que la favoreciera, si por favorecerla se entiende contar con las condiciones que le den un contexto apacible. Esas condiciones tienen que estar en el sujeto que la practica. Por eso la filosofía siempre da respuestas ante las crisis que se nos presentan, convive con los tiempos de crisis
-Desde la filosofía ¿Cuál es la solución que usted plantearía para la crisis?
-La filosofía siempre busca unir los fragmentos con la totalidad. La Argentina es un país fragmentado, sin identidad nacional. Por lo tanto, buscar la “equitatividad” en el protagonismo de las distintas realidades que pudieran darle forma a esa identidad. La filosofía puede contribuir para identificar las causas de esa fragmentación, como para sugerir caminos de reflexión y acción que puedan favorecer la totalidad de las partes en un todo dinámico. Esto es imprescindible y, aunque no asegure el resultado, es lo que hay que intentar. El país debe acercarse a situaciones de riesgo fructífero. No se trata de no correr riesgo, sino de correr aquellos que tengan un sentido en términos de desarrollo y de equitatividad social.
-¿Por qué el país cae históricamente en estas crisis cíclicas?
-Porque no tiene políticas de Estado. Más allá de que comparte los vaivenes propios de todos los países, la Argentina es un país que no llega a ser una Nación porque no cuenta con políticas de estado vertebradas desde un mediano y largo plazo que permitan programar el presente. La diferencia entre una Nación, que puede administrar sus conflictos, y un país, que los produce y se ve afectados por ellos, es que la Nación tiene una serie de recursos interpretativos para que las políticas de estado puedan forjar la orientación de la sociedad en su conjunto.
-El politólogo francés Alain Rouquié dijo hace días que lo primero que rescata de la democracia argentina es que se la ha conservado ¿Usted qué rescata de estos 25 años de democracia?
-Lo más importante ha sido la salida del orden autoritario dictatorial, mucho más que el ingreso efectivo a una democracia republicana sólida. No hemos llegado a eso, precisamente porque al terrorismo de Estado y al terrorismo a secas, el ejercicio enajenado de la democracia lo reemplazó por la irrupción de nuevas formas de violencia en el país y no por la superación de la violencia. Y esas nuevas formas de violencia comenzaron con la pérdida de credibilidad de las instituciones y la desaparición de los partidos políticos y la marginación. El gran triunfo de la dictadura sobre la vida civil ha sido la pérdida de credibilidad de la ciudadanía en sus instituciones.
-El escepticismo general de la sociedad hacia la política, ¿dificulta la tarea de gobernar en este país?
-El escepticismo de 2001 no prepondera en el presente, sino que hay una tentativa de poner de manifiesto esta demanda de mejor calidad institucional. Creo que pasamos del descreimiento y la crítica a la crítica y la participación social como demanda de más calidad institucional. Al lado de esto hay otros fenómenos como la inseguridad, la pobreza, la crisis educativa, todos estos son indicios de la anomia que gana la identidad cívica.
-¿Qué opina sobre lo que ha pasado con la educación en el país, donde se habla de los analfabetos que van a la escuela, pero ya no para estudiar sino para alimentarse?
-El tema educativo debería estar en el centro de nuestra preocupación, porque lo que desaparece con las escuelas es la idea del porvenir, de tener participación social fecunda. Y creo que se llega a esta situación porque el desmembramiento de las clases medias equivale a la desaparición de una idea de equitatividad social que fue distintiva de la Argentina y ya no lo es. Es allí donde el país pierde la posibilidad de enhebrar de un modo propicio las distintas proveniencias sociales y culturales que dan vida a la riqueza del país. Hoy la educación está configurada en forma de guettos: hay colegios para pobres, donde se va a comer, y colegios para ricos, donde se va a consolidar la creación de alguna alternativa venidera de trabajo. La escuela pública argentina evitaba esa diferenciación, pero eso se destruyó. Al igual que la idea de maestro como orientador del alumno, y la idea del alumno como alguien con derecho de aprender e informarse. Hoy la escuela pública sólo ofrece la posibilidad de sobrevivir.
-¿Qué opina sobre lo que sucede en la otra franja etaria, donde con la decisión de eliminar las AFJP se puso en discusión la realidad de la jubilación?
-Pasaron a sumarse abiertamente a los excluidos, a la parte del país que está fuera de una idea de país. En la Argentina, donde los jóvenes se ven privados de los medios para formarse e incluirse dentro de la sociedad, los ancianos también se ven alcanzados por la intrascendencia cívica que ya afectaba a otros sectores etarios de la población.
-¿Podría decirse que la Argentina sufre lo que se llama en psicología el síndrome de “Peter Pan”, es decir que tiene todo para crecer pero se niega a hacerlo?
-La Argentina no es que se niegue a crecer, sino que no existe aún como Nación capaz de administrar sus energías de desarrollo en una dirección que permita reconocerla como tal. Creo que la Argentina es todavía un nombre que encubre una fragmentación tenaz. ¿Qué relación real hay entre Formosa y Buenos Aires? Estamos atravesando una crisis de gobernabilidad, porque el Estado se concibe como un competidor más de las provincias y aún como un administrador indirecto de las provincias y no como la expresión del equilibrio que las provincias han sido capaces de alcanzar.
-¿Estos problemas también se observan en los países vecinos?
-Creo que se ven también, que son problemas comunes con intensidades particulares. Los problemas étnicos de Bolivia no son los nuestros, pero la desintegración que hay en la Argentina trasluce problemas connacionales que hay que tener en cuenta. En Brasil, por ejemplo hay serios problemas educativos, que va a malograr la construcción de un proyecto de largo plazo. Chile es una sociedad más estamentaria que la nuestra, con más capacidad organizativa porque tiene liderazgos sociales más estables, pero es al mismo tiempo una sociedad que no termina de alcanzar la movilidad social que debería tener una democracia plena. Los problemas se vuelven crónicos cuando no reciben atención, eso pasa acá con el tema del federalismo, la educación pública y la política. El problema principal de la política no lo representa el peronismo por lo que es, sino la oposición que no logra plantear una alternativa. Y la oposición es la expresión de una fragmentación que reproduce en cada segmento la dificultad para concebir el diálogo, la interdependencia y el espíritu de convergencia que el país necesita. Es una cultura de la fragmentación que la oposición prepondera de manera notable y que el oficialismo reafirma a través de un verticalismo que es pragmático y de una visión muy clara sobre cuales son los valores a los que no va a renunciar, que son los que tienen que ver con la construcción de identidad a partir del poder. Eso está en todo peronista. El poder no se transforma, sino que van cambiando las expresiones de su ejercicio.
-¿Cuál es la mayor crítica que usted le hace al actual gobierno?
-Este Gobierno ha consolidado la cultura política del pasado y no ha abierto caminos hacia la cultura política del porvenir. En el centro de eso está el caudillismo, el monólogo y la instrumentación perversa del orden institucional. Perversa porque está puesta a servicio del poder y no el poder al servicio de la democracia. La afección fundamental que este gobierno le hace al país es sostenerlo en una concepción anacrónica de la democracia, donde las instituciones y las leyes son recursos de un poder personalizado y no institucionalizado.
-¿Cómo podríamos salir de ese círculo vicioso?
-Si pudiéramos caracterizar bien lo que nos pasa, tal vez podríamos orientarnos en otra dirección. Pero mientras no identifiquemos lo que nos pasa, la Argentina va a seguir estando más cerca del siglo XIX que del XXI. La falta de diagnóstico, es lo más preocupante. El peronismo tiene un diagnóstico unitario, no federal, que le sirve y que entiende que el sostenimiento de la dependencia del Estado por parte de los sectores mayoritarios. El peronismo tiene ese diagnóstico: sabe que la pobreza es funcional a su modelo. Esto está en el centro de su esquema. Lo que cuesta a los no peronistas es proceder para infundirle credibilidad a un modelo que se le oponga. Los fracasos sucesivos del partido radical son los fracasos del modelo alternativo. El peronismo apoya su organización sobre la dependencia del trabajo con respecto al Estado mediante políticas prebendarias. Perón le otorga identidad social importante a las clases medias bajas y bajas, pero la instrumentación ulterior que se hace de eso se traduce en la preeminencia de un Estado que reduce toda posibilidad de identidad a su hegemonía. Mientras no logremos corrernos de ahí, será muy difícil salir. El peronismo sabe que si sale de este esquema muere. Pasan los hombres de un peronismo conservador, progresista, distintos modelos, pero la estructura no puede alterarse y lo que lo prueba es la supervivencia constante del sindicalismo. Este pone de manifiesto qué es lo inalterable en la construcción del poder. Kirchner le reotorga a la organización sindical el papel que Perón le otorgó, porque comprende que con el peronismo no se juega.
-La crisis financiara mundial ¿es también una crisis de valores?
-Totalmente. Es el síntoma de una crisis cultural. Y el centro de esa crisis es la reducción de la identidad cívica a la identidad del consumidor y el especulador. Estos dos puntos señalan la derrota ética de la democracia occidental. Si occidente no tiene hoy auténticos liderazgos políticos es porque lo político se ha visto reducido a lo financiero. Y con esto nos encontramos delante de la crisis espiritual de occidente que se viene gestando desde hace años. La paradoja fundamental de nuestra civilización es cómo conciliar las exigencias de la democracia con las exigencias de la hegemonía imperial. Un ejemplo es la guerra de Irak, cuyo primer efecto es la desaparición de las Naciones Unidas. Cuando la dimensión política se reduce a lo financiero desaparece la posibilidad de que la palabra siga jugando el papel que debe jugar en la democracia. Y esto es una pérdida muy profunda para la democracia. China es más pragmática: ha conciliado la ausencia de un régimen democrático con el desarrollo de un capitalismo agresivo, entonces no tiene deudas culturales con la democracia. Nosotros sí tenemos deudas con la democracia.-Usted en su último libro dice que del sufrimiento también se puede aprender ¿los argentinos aprendemos algo de nuestro sufrimiento?-No hay una capitalización del fracaso. Fracasar es natural, pero lo que define la riqueza de una nación es el poder aprender de su experiencia. Aquí hay una dificultad para hacer eso innovando y por eso tendemos a la repetición, porque nuestros fracasos no son orientadores. Y eso es porque no tenemos recursos políticos para innovar y preferimos el retorno periódico del pasado en lugar de la capacidad de orientarnos en forma sostenida hacia el porvenir. En 1983 Alfonsín representó la expectativa de salida del pasado, con respecto al peronismo tradicional, pero no pudo. Y lo mismo puede decirse de cualquier tentativa de modernización llevada a cabo por otros radicales o dentro del mismo peronismo. El temor a los riesgos que pueda presentarnos el porvenir es mayor al temor de los riesgos que pueda presentarnos la repetición.