ÁFRICA MÍA
Las razones del viaje a África de Cristina Fernández siguen siendo un misterio, aunque no dejan de ser curiosos los destinos elegidos para su debut en el continente negro: Argelia, Túnez, Egipto y Libia.
Argelia, que toma el nombre de su capital, Argel, fue colonia francesa entre 1830 y 1962, cuando, tras una sangrienta lucha que dura ocho años, se independiza de Francia definitivamente. La famosa película de Gillo Pontecorvo “La batalla de Argel” (1965), inmortaliza el ansia de libertad y las horrorosas consecuencias del enfrentamiento entre los locales y la metrópoli europea. Desde entonces, la historia de Argelia oscila entre los dictadores militares y civiles que han devastado el país en continuas guerras civiles y la consecuente eliminación de los opositores.
Túnez, el segundo destino elegido en esta excursión por la presidenta argentina, es una república, cuya capital es Túnez y también fue colonia francesa. A diferencia de Argelia, el territorio de Túnez es muy reducido pero, al albergar a la célebre ciudad mediterránea de Cartago, su fama histórica es tal vez superior.
Egipto es también una república árabe, conocida mundialmente por ser la cuna de la milenaria y bíblica civilización de los faraones, cuyos desarrollo y refinamiento dejaron una profunda huella en toda la región del norte africano y del medio oriente por la envergadura y la importancia de sus construcciones y de su legado a la humanidad.
Finalmente, Libia, ex colonia italiana, comparte con los otros tres países no solamente fronteras, sino también recursos (gran productor de petróleo) e historia. A pesar de ser una “república”, este país ostenta el calificativo de “socialista”, lo que ha hecho que el líder indiscutido, Muhamar Kadhafi, se perpetúe en el poder con todos los atributos de un dictador, amén de su historia como terrorista internacional, autor intelectual y material de la muerte de cientos de inocentes.
Lo que comparten los cuatro países que integran lo que se denomina “el magreb” son el Sahara, el islamismo y el petróleo. En lo que hace al primer tema, resulta por lo menos curioso que en tres de ellos, cuya superficie es prácticamente desértica (con escasa población relativa), se hayan firmado convenios de agricultura y ganadería y que con ese fin se haya incluido entre los miembros de la comitiva al ministro de agricultura nacional, Carlos Cheppi. En todo caso, a quien se debió haber subido al avión presidencial es al titular de Recursos Hídricos, ya que estos países saben mucho de la escasez de agua potable y hubieran podido enseñar a los técnicos argentinos cómo irrigar las regiones más secas del país, en particular el noroeste y la Patagonia.
También llama la atención que se hayan firmado convenios de “cooperación tecnológica”, cuando es sabido que desde hace años la tecnología nuclear de ciertos países árabes como Irak y Egipto, es importada desde la Argentina, en particular los reactores que se desarrollan en el Invap barilochense desde la época del presidente Alfonsín.
Pero lo que más llama la atención del viaje de la presidente es su visita a feroces dictaduras hereditarias, cuya sola mención suele enfervorizar a nuestra primera mandataria, quien se rasga las vestiduras desde los atriles por los ex militares que gobernaron la Argentina en tiempos pasados. Sin duda, el más emblemático de los anfitriones resulta el terrorista libio Muhamar Kadhafi que, como el fallecido Yaser Arafat, entrenó durante décadas en su país a discípulos terroristas de todo el mundo, contando él mismo con un récord inigualado de sangrientos atentados y crímenes.
Dejando de lado los horrores protocolares de Cristina Fernández (insistencia de anteojos oscuros en visitas oficiales) y las frivolidades y desubicaciones habituales de la frondosa comitiva (hija y amiguita incluidas) con su visita al Museo de El Cairo y las milenarias pirámides, el viaje presidencial no tiene ningún justificativo aparente, como no sea sacarla del medio mientras se votaba la privatización de las AFJP y así evitar cualquier escándalo posterior, o seguir exhibiendo el escandaloso derroche de la tilinga y deshonesta dirigencia política argentina que se niega a reconocer que el papel de los gobernantes es ponerse al servicio de la comunidad y abocarse a la resolución de los desafíos que se plantean en cada coyuntura histórica.
A casi un año de haberse inaugurado como “presidenta” (con “a” final), la gestión de Cristina Fernández no ha dejado de demostrar su absoluto desprecio por las necesidades y los sufrimientos de sus gobernados, en particular los “excluidos” (como le gusta llamarlos), fomentando y desarrollando agudos enfrentamientos entre distintos sectores de la vida política y social, un pernicioso aislamiento internacional y una desastrosa política económica cuyos efectos se sentirán con fuerza en los próximos tres años que todavía deberemos sufrirla.
Raquel E. Consigli
Horacio Martínez Paz