EN LA NACIÓN, 21/11/08
Cristina y el espejo de Khadafy
Carlos Pagni
En su libro "La Conquista de América", el crítico Tzvetan Todorov afirma que los viajes ofrecen a quienes los realizan, al abrirles la puerta de un orden distinto, un conocimiento más acabado de sí mismos. Al descubrimiento del otro sobrevendría, de ese modo, el propio descubrimiento. El extranjero funcionaría, así, como un espejo. Un espejo raro.
Si esta regla tuviera carácter universal, la visita de Cristina Kirchner a Libia, que comienza hoy, podría ser reveladora. La Presidenta encontrará al país de Muammar Khadafy sumido en un debate acalorado y, si se quiere, revolucionario. O contra-revolucionario, según la butaca ideológica desde la que se lo observe.
El 1° de septiembre pasado, Khadafy decidió festejar el 39 aniversario de la revolución que él mismo comandó, anunciando que a partir del año próximo los caudalosos ingresos petroleros del país serán distribuidos, en efectivo, entre los libios para que cada uno decida cómo aplicarlos para obtener salud o educación.
Ya lo había anticipado el 4 de marzo: "Debéis estar preparados para recibir su parte de los ingresos del petróleo desde principios del próximo año. Todo estará en vuestros bolsillos" propuso Khadafy, aunque después advirtió: "No tengáis miedo, al principio habrá algo de caos". Se trata de una cifra respetable: más de 15.000 millones de dólares.
A las asambleas de la Facultad de Derecho de La Plata, a las que, hay que suponer, la Presidenta asistía, deben haber llegado los ecos de la revolución populista que llevaba adelante Khadafy en los años ?70. El "Libro Verde", la biblia de aquel experimento, postulaba que los salarios, la renta y el comercio privados eran signos de una explotación que el Estado socialista debía abolir.
Khadafy era en aquel entonces un discípulo radicalizado del egipcio Gamal Abdel Nasser, quien a la vez se declaraba heredero de Juan Domingo Perón y su tercera posición. Estas filiaciones fueron sepultadas en la historia del peronismo por recuerdos menos elegantes. El nombre de Khadafy quedó asociado a los convenios de intercambio de petróleo por vacas, que firmó José López Rega en 1974, y al aporte de 4 millones de dólares que, según el gestor Mario Rotundo, el gobierno libio habría donado a Carlos Menem pero que el riojano, claro, nunca reconoció. La historia de valijas, campaña y populismo de Antonini Wilson no tiene siquiera el mérito de la originalidad.
Le costará a la señora de Kirchner reconocer a aquel Khadafy en este otro que, en una carrera alocada hacia el capitalismo, es capaz de pasarse de largo las posiciones del mismísimo Adam Smith. ¿Qué resonancias provocará esta conversión en su invitada? ¿Ella tendrá tiempo de prestar atención a estas novedades? ¿O estará abstraída en el festejo de la sanción definitiva de la estatización previsional, que es como la reforma que propone el anfitrión, pero a la menos uno?
No es la única sorpresa que le espera a la señora de Kirchner en su última estación en el norte de África. Los libios, que llaman a Khadafy "el Hermano Líder" ?este culto a la personalidad tal vez asombre menos a los peronistas y aún a los kirchneristas--, acaban de ver por televisión a su presidente defendiendo su propuesta de las objeciones que le planteaba el gobernador del Banco Central, Farhat Bin Guidara. Inesperada liberalidad en un jefe acusado de ser muy irrespetuoso de los derechos humanos.
Guidara le reprochó a Khadafy, entre otras cosas, que su iniciativa desataría un proceso inflacionario y le adelantó que, en consecuencia, no iba a recomendarla. Un disgusto que Martín Redrado jamás le daría a los Kirchner.
Durante el debate televisivo, Khadafy insinuó que está explorando algunas alternativas. En vez de distribuir el dinero en efectivo, podría hacerlo a través del reparto de acciones de empresas públicas, administradas por entidades financieras creadas con esa finalidad. Algo así como las AFJP, que en la Argentina acaban de abolirse.
El presidente de Libia no sólo pretende distribuir la renta petrolera, convencido de que los ciudadanos sabrán administrarla mejor que el Estado. Su propuesta forma parte de un plan elaborado por una de las celebridades en el estudio de la administración de negocios: el profesor de Harvard Michael Porter, en quien se inspira esta especie de nuevo Libro Verde.
Los consejos de Porter llevaron a Khadafy a anunciar la disolución de toda la administración para retener sólo cuatro ministerios: Justicia, Seguridad, Relaciones Exteriores y Defensa. Esta cirugía debería convertir en emprendedores a unos 400.000 empleados públicos. Para justificar la medida el Hermano Líder dijo que había descubierto que los ministros y sus subordinados directos estaban minados por la corrupción y que por eso los recursos no llegaban al pueblo. Dicho por quien gobierna Libia desde hace 4 décadas, se trata de una monumental autocrítica.
Entre las instituciones de las que Khadafy primero quiere desprenderse está el mayor banco estatal, equivalente a lo que en la Argentina fue el Banade.
Deberá apurarse la Presidenta si quiere obtener detalles que inspiren a su esposo en la creación de su propio banco de desarrollo: su símil libio ya está bajo el comando de BNP Paribas. La próxima empresa a privatizarse es Lybia Airlines, que fue hasta ahora lo que Aerolíneas Argentinas está a punto de ser. Del proceso se encarga el decisivo Sabri Saad Abdallah Shadi, una especie de contra-Julio De Vido.
Por suerte no todo lo que verá Cristina Kirchner será tan exótico. Entre las bambalinas del protocolo se hablará de petróleo, un fluido familiar para el poder santacruceño. Los libios tienen intereses importantes en España y Repsol ha elegido a ese país como el destino de sus principales inversiones en los últimos años. Esa afinidad alimentó las versiones de que a Khadafy le interesaría comprar YPF. Una especulación que se reforzó por las visitas a Buenos Aires de su hijo Saadi, de la mano de José Luis Manzano, uno de los principales gestores de negocios energéticos en la provincia de Chubut.
Pero, como tantas iniciativas de Manzano, ésta también puede ser una fantasía, igual que las incursiones rioplatenses de Khadafy Junior se pueden haber limitado a una sola entrevista con Néstor Kirchner y a ofrecer un par de fiestas --eso sí, fabulosas--, en Punta del Este, de esas que suelen fascinar a los despiadados cultores del neoliberalismo. Un espejo en el que, por suerte, Cristina Kirchner jamás tendrá que mirarse.