LA NACIÓN, 7/10/09
LAS HERMANAS DONDA
Por Mariano Grondona
Especial para lanacion.com
Aún palpitan testimonios desgarradores de los años setenta. Tal es el caso de las hermanas Victoria y Eva Donda, cuyos padres fueron arrastrados a la ESMA en 1977 y aún figuran en la negra lista de los desaparecidos.
Aparte de ejemplificar como tantos otros la impar tragedia de nuestra guerra interior, el caso Donda testimonia que los años setenta afectaron no sólo a la sociedad en general sino también a familias enteras cuyos miembros quedaron de uno o de otro lado de la frontera del odio que las desgarró. Los Donda tienen militares de carrera entre sus miembros. Uno de ellos, acusado por los crímenes de la ESMA, sobrevive en medio de una larga prisión. También siguen presos otros acusados de haber acogido a hijos de desaparecidos como si fueran sus padres adoptivos. Desde una mirada, que aún prevalece, han sido cómplices de los excesos represivos. Desde otra mirada, están siendo reprimidos por haber emitido un signo de humanidad en favor de huérfanos desprotegidos.
Huérfanos de unos e hijos adoptivos de otros, los sobrevivientes de esta tragedia se han dividido entre los que salieron en busca de sus verdaderos padres y acusaron a quienes los habían acogido y los que se negaron a hacerlo por gratitud hacia sus ocasionales protectores.
La denuncia contra estos supuestos protectores fue encarnada por Victoria Donda, hoy diputada nacional por el Frente para la Victoria. Pero la oradora principal en el acto por las víctimas del terrorismo que se celebró anteayer en la Plaza San Martín fue Eva Donda quien, en las antípodas de su hermana, alzó su voz para pedir que, sobre la larga sombra de los años setenta, termine por brillar la luz de la concordia.
Este pronunciamiento en favor del perdón recíproco no es tan aislado como podría suponerse. Luis Labraña, un montonero de los años setenta que sufrió un largo exilio en Holanda, fue invitado hace poco a un asado por los militares detenidos en Campo de Mayo, muchos de los cuales son considerados por el propio Labraña como "presos políticos" porque ninguna condena judicial respalda su encarcelamiento. Labraña aceptó. Entre los comensales se encendió entonces la chispa de la reconciliación. Este episodio, ¿es sólo un caso aislado o anuncia el inicio de un proceso destinado a crecer de ahora en adelante en busca de otros antecedentes de concordia similares como el de Sudáfrica, el de España e inclusive el de Perón y Balbín?
Cuando se asienta el polvo y la sangre de las batallas, los que fueron auténticos combatientes desde una trinchera y desde la contraria empiezan a respetarse retrospectivamente porque reconocen que el otro, el enemigo, también albergaba ideales. Esta iluminación recíproca no alcanza por cierto a aquellos que, no habiendo peleado cuando pudieron hacerlo, ahora fingen que lo hicieron pero ya no llevados por el loco ardor del coraje sino por la fría hipocresía del oportunismo.