22 oct 2009

LA NACIÓN - 22/10/09


Lo que podríamos ser si gobernara la sensatez

Roberto Cachanosky

Una de las reglas fundamentales de la economía dice que el nivel de ingreso de la población mejora cuando hay inversiones. En primer lugar porque a mayor cantidad de inversiones, mayor demanda de trabajo. En segundo lugar, porque a mayor stock de capital por trabajador, más alta es la productividad. Es decir, un trabajador puede producir muchos en menos tiempo, con lo cual la oferta de bienes y servicios crece y los precios tienden a bajar. Esta baja de precios hace que con el mismo salario la gente pueda adquirir una mayor cantidad de bienes y servicios. La clave para mejorar el nivel de vida de la población está, entonces, en crear las condiciones para atraer inversiones. Esto significa tener seguridad jurídica, previsibilidad en las reglas de juego, un sistema tributario amigable, incorporarse al mundo para tener volúmenes de venta mayores, etc.

Siendo ésta una de las condiciones básicas para combatir la pobreza y la desocupación, veamos ahora qué viene haciendo Néstor Kirchner. En primer lugar, con su política económica destruyó la actividad láctea. Casi al mismo tiempo, diezmó la producción ganadera y muy pocos se animan a producir trigo. Luego destrozó el mercado de capitales con la confiscación de los ahorros de la gente en las AFJP y ahora, con la nueva ley de medios, destruye el valor de muchas empresas. Ante semejante capacidad de destrucción, la pregunta que muchos se formulan es: ¿cuál será el próximo sector que sufrirá los devastadores efectos de la política K? Como nadie sabe la respuesta, el pánico se generaliza en todos los sectores y pocos son los que se animan a invertir.

Por mi profesión de economista tengo la posibilidad de conocer el estado de ánimo de los empresarios grandes, chicos y medianos. Del sector agropecuario, industrial, servicios, etc. Es más, mi trabajo me lleva a viajar permanentemente por el interior del país, visitando tanto ciudades grandes como pequeñas localidades agropecuarias de no más de 5000 habitantes. No encuentro lugar ni empresario que no esté sumergido en la mayor de las incertidumbres. Nadie se anima a invertir y viven con miedo a no poder cubrir los costos fijos de sus empresas o a perder parte de su capital. Nadie entiende qué quiere hacer Kirchner y menos porqué hace lo que hace.

El argumento de que el mundo nos perjudica ya no es válido (en realidad nunca lo fue). EE.UU., la Unión Europea y Japón parecen haber tocado un piso en la crisis. Brasil salió de la recesión en el segundo trimestre de este año, mientras la India y China siguen creciendo. En el mundo hay crédito abundante y a tasas bajas luego de la fuerte liquidez que inyectaron los bancos centrales para reactivar la economía. Una Pyme, en un país desarrollado, puede acceder a créditos pagando una tasa del 5 o 6 por ciento anual. En la Argentina no hay crédito y el poco que hay es a tasas que el que lo toma funde la empresa. ¿Por qué son altas las tasas de interés? Porque el ahorro interno es escaso. De ese escaso ahorro interno el Estado se está quedando con gran parte para financiar sus gastos y la incertidumbre inflacionaria e institucional hace que las tasas a largo plazo tengan que cubrir esos riesgos. Y, como frutilla del postre, no hay un mercado secundario en el cual los bancos puedan vender sus carteras de crédito para recuperar liquidez y estar en condiciones de hacer frente a los pagos en ventanilla.

Como puede verse, para las empresas argentinas, la combinación de falta de crédito más incertidumbre por las arbitrariedades de la política económica es letal. Si a esto se le agrega una acción sindical que puede llegar a destruir una fábrica para conseguir sus objetivos, ¿quién puede tener ganas de invertir y crear puestos de trabajo en la Argentina bajo estas condiciones?
Pero no solo los empresarios no se animan a invertir ni a contratar personal, sino que, además, sus empresas tienden a tener un valor cada vez más bajo porque son pocos los que están dispuestos a comprar compañías en el país dada la incertidumbre reinante.

En momentos en que mucha gente, de buena fe, está buscando la forma de crear planes sociales para amortiguar la pobreza e indigencia que ha generado este modelo, bueno es recordar que la forma más categórica que hay para combatir la pobreza es con inversiones y, por lo tanto, los planes sociales que puedan implementarse transitoriamente siempre van a ser insuficientes si continuamos destruyendo las inversiones existentes y bailando al son del capricho de cada día del matrimonio.

Pero mientras los Kirchner se entretienen estatizando la transmisión del fútbol, el mundo sigue viviendo una revolución tecnológica fenomenal que baja los costos de producción y cambia la forma de trabajar, de la cual estamos quedando al margen. Un simple ejemplo sirve para advertir cómo está cambiando la tecnología. Unos años atrás guardábamos la información de nuestras computadoras en los diskettes de 5 ¼, luego vinieron los diskettes de 3 ½. Al poco tiempo aparecieron los CD. Enseguida vinieron los pendrive y hoy se puede realizar un back up en servidores online que almacenan la información.

El fax ha pasado a ser un recuerdo porque lo reemplazó el e-mail. Las empresas competitivas están totalmente automatizadas en sus líneas de producción. En la época de la estatal Entel, conseguir una línea de teléfono llevaba años. Hoy, hay 9 millones de líneas de teléfono fijo contra casi 50 millones de celulares que se compran y conectan en el día.

Los ejemplos podrían seguir, pero el dato relevante es que lo que en su momento se bautizó como el deterioro de los términos del intercambio, porque los productos del sector agropecuario valían cada vez menos que los bienes de capital, ha cambiado dramáticamente. Estamos asistiendo a un deterioro de los términos del intercambio al revés. Nuestros productos primarios tienen cada vez más valor y la tecnología se compra cada vez más barata y con mayores prestaciones. Tecnología que, obviamente, solo se compra si es que uno tiene un horizonte razonable para invertir.

Esta combinación de buenos precios para nuestros productos y tecnología más sofisticada y barata le daría la oportunidad única a la Argentina de progresar en forma acelerada. Podemos producir bienes que el mundo demanda y por los cuales paga muy buenos precios y acceder a bienes de capital cada vez más sofisticados y de menor precio, aumentado nuestra productividad y creando más puestos de trabajo en sectores productivos que hoy no existen pero que, bajo condiciones de calidad institucional, existirían.

Es inconcebible que en el país de las vacas y el trigo haya gente que pase hambre. Es tan loco lo que pasa en la Argentina que es como si los árabes tuvieran problemas de abastecimiento de combustible. Así como es impensable que los árabes tengan problemas de abastecimiento de combustible, es insólito que amplios sectores de la sociedad no puedan alimentarse adecuadamente, y en vez de generar empleo vía inversiones, las espantemos y pretendamos sustituirlas por planes sociales que, finalmente, terminarán creando más clientelismo político e indignidad en la gente.

¿Por qué ocurre esto? Porque el Gobierno está empecinado en ir destruyendo un sector productivo tras otro. Cada ataque a un sector productivo (campo, mercado de capitales, medios de comunicación, etc.) es un mensaje a los otros sectores para que se cuiden porque en cualquier momento les llega el turno a ellos. La contracara de semejante comportamiento es que Kirchner ha logrado batir el récord de productividad en la creación de pobreza a pesar de tener todas las condiciones favorables para disminuirla.

Al recorrer permanentemente el país y comparar lo que somos con lo que podríamos ser si nos gobernara la sensatez, uno no puede menos que desesperarse al ver cómo el empecinamiento en un proyecto hegemónico de poder puede causar tanto daño.