30 jun 2008

CRISTINA, LA PRESIDENTA BIÓNICA


Entre 1976 y 1978 se emitió por los canales de aire argentinos la recordada serie televisiva “La mujer biónica”, protagonizada por la bella rubia Lindsay Wagner. En esta serie Wagner encarna en la ficción a Jaime Sommers, una profesora de tenis que sufre un accidente con un paracaídas. Gracias a la intervención del gobierno norteamericano Jaime salva su vida, pero queda convertida en una especie de robot: algunas partes de su cuerpo -el oído, un brazo y ambas piernas- son reemplazadas por piezas artificiales, biónicas, que le confieren una cantidad de superpoderes que sus jefes usarán para convertirla en una agente especial que, escondida en el inocente disfraz de una maestra de escuela, se enfrentará con espías, delincuentes de toda laya y hasta extraterrestres.

La mujer biónica significó la contrapartida de otra exitosa serie: “El hombre nuclear” (en inglés “The six million dollar man”), en la cual Lee Majors, el protagonista, da vida a Steve Austin, un astronauta cuyo cuerpo es reconstruido casi totalmente después de un severo accidente. El título en inglés se refiere a la inversión requerida para lograr este superhombre-robot dotado de cualidades especiales que lo distinguen entre sus congéneres, pero que queda para siempre al servicio de la organización que le salva la vida.

Al hablar de algo “biónico”, se quiere significar que se ha aplicado a algo biológico, a un ser vivo, algún instrumento mecánico o cibernético por medio del cual se lo intenta perfeccionar. Para explicarlo de algún modo, la cibernética es la ciencia que estudia el control y la comunicación en organismos complejos, ya sea seres vivos, máquinas u organizaciones.

En el caso de la presidenta Cristina, su desvelo por su apariencia física está transformándola cada vez más desde un ser vivo a un ser artificial manejado por telecomando. Por lo pronto la presidenta ha comenzado por su cabeza. En primer lugar fue la colocación –y renovación permanente- de la toxina botulínica, botox, en amplias regiones del rostro. A ello le siguió la colocación de extensiones en su problemática y escasa cabellera a fin de hacerla más abundante, más "peinable" y dotar al rostro de una imagen más atractiva.

Un nuevo paso en su afán de perfeccionamiento estético ha sido la colocación de hilos tensores en su cuello para eliminar las arrugas de ese sector, que, como las de las manos, son muy difíciles borrar y por lo tanto son señales delatoras de vejez que deslucen la imagen de cualquier mujer, frecuente en el ámbito artístico.

Según una publicación de actualidad, la obsesión estética de Cristina la ha llevado también a rellenar y pigmentarse los labios, eliminar las bolsas de los ojos y blanquearse los dientes, amén de las uñas esculpidas y de probar todo tipo de gimnasias y tratamientos para mantener un físico adecuado a su edad y, de ser posible, aun mejor.

Si al guardarropa generalmente llamativo de la presidente, le sumamos el maquillaje recargado de costumbre, podría decirse que, a excepción del interior de su cabeza, Cristina Kirchner ha hecho todo lo posible por mejorar el exterior, sin detenerse a sopesar sufrimientos físicos ni costos económicos. Con tal de verse mejor, Cristina apuesta a cualquier sacrificio.

Nos preguntamos entonces cuál será el próximo intento de la presidenta para rejuvenecer su imagen y qué nueva pieza interna requerirá ya que, si sumamos todos los aditivos con que cuenta en este momento, tiene poco que envidiarle a la protagonista de la serie televisiva. Es decir, que si bien no es la primera mujer biónica en la realidad ni en la ficción, Cristina Fernández podría muy bien llegar a batir un récord: ser la primera presidenta biónica de la historia. Por lo menos, lo del telecomando es una realidad: mientras ella ocupa mucho de su tiempo en sus permanentes afeites, su marido se encarga de relevarla en la función presidencial a fin de que las acciones de ambos estén perfectamente sincronizadas con los intereses de la sociedad reinante que integran.