2 jul 2007

LA GORRA DEL ESCANDALO

Días pasados el sitio web de un conocido diario de tirada nacional se escandalizó por el hallazgo, en otro sitio web, de un remate poco común: la gorra de un suboficial alemán de la segunda guerra que aparecía con sus correspondientes fotografías, incluyendo una del interior en la que se veían las iniciales de la temible SS.
Es curioso el hecho, no sólo por el quién se hizo eco del escándalo (una publicación oficialista) sino por el qué (un objeto aparentemente intrascendente), lo cual deja al descubierto un hecho que no puede soslayarse: rasgarse las vestiduras porque alguien puso en remate virtual una gorra de un suboficial nazi, algo que podría ser del interés de cualquier coleccionista, sin importar su signo ideológico.
Lejos estamos de adherir a la ideología -y procedimientos- que significaron los usuarios históricos de dicha gorra, pero aflige que se arme escándalo cada vez que aparece una esvástica, mientras que a nadie se le mueve un pelo ante la proliferación en nuestro país, en cualquier acto público, de banderas rojas o argentinas con la hoz y martillo o el rostro del Che Guevara, autores de un genocidio infinitamente mayor y, lamentablemente, aún no superado.
Maniquea costumbre nacional de los últimos años, que se viene a sumar a otros “tics” azuzados por la prensa en general. Nadie deja hoy de referirse a la “última dictadura” cuando se remiten al último gobierno militar, y muy particularmente se llenan la boca al hablar del “dictador” Videla. Nuestro último gobierno militar asumió en medio de una guerra declarada desde el exterior, cuya represión ya había sido ordenada por dos decretos de un gobierno constitucional, curiosamente del mismo signo político que el actual. Los militares asumieron con la complicidad y beneplácito de la gran mayoría de los políticos y de la sociedad de entonces reconociendo su propia incapacidad para revertir el caos que vivía la República. Estamos convencidos –ya que no nos lo contaron, sino que lo vivimos- de que si en aquel momento se hubiera llamado a un plebiscito nacional, la aceptación de dicho golpe de estado hubiera obtenido un aplastante triunfo, aunque hoy una cierta mayoría manifieste una hipocresía rayana en el escándalo, que creemos en algún momento la historia juzgará.
La mencionada “dictadura” tuvo una duración de 6 años, equivalente a un período presidencial constitucional de aquel entonces, con la salvedad de que no estuvo a cargo un solo hombre sino que se trató de un gobierno “colegiado”, y que a lo largo de esos seis años se habían pactado, y se cumplieron, varios reemplazos. Nadie podía inmortalizarse en el poder, de manera tal que el llamado “Proceso de Reorganización Nacional” tuvo cuatro presidentes distintos, secundados por otros tantos integrantes del resto de las armas, rotativos y en calidad de Junta.
No obstante, a aquellos que no se les pasa un día sin hablar de la última dictadura, tratan a Fidel Castro como al “presidente cubano”, a quien no denominan “dictador” a pesar de haber tomado el poder por la fuerza en 1959, y él, sólo él, ha comandado los lamentables destinos de la isla hasta el día de hoy. Cuarenta y ocho años de miseria, corrupción y muerte.
Por ignorancia o por hipocresía se niega lo evidente: que es tan nefasta una “dictadura de derecha” como una “tiranía de izquierda” y no se instruye al soberano en la diferencia entre ambos conceptos.
Dictadura, según el diccionario de la Real Academia, es un “gobierno que, bajo condiciones excepcionales, prescinde de una parte, mayor o menor, del ordenamiento jurídico para ejercer la autoridad en un país”, (es decir que el dictador es un gobernante que toma el poder en forma irregular, “de facto”, no “de iure”), en tanto que tiranía es el gobierno de un tirano, es decir “aquel que obtiene contra derecho el gobierno de un Estado, especialmente si lo rige sin justicia y a medida de su voluntad. Dicho de una persona: que abusa de su poder, superioridad o fuerza en cualquier concepto o materia, y también simplemente del que impone ese poder y superioridad en grado extraordinario”. Por eso nuestra izquierda tildará siempre a Jorge Rafael Videla de “dictador”, en cambio jamás se referirá a Castro -“presidente” por imposición- y a Chávez, presidente por dudosa votación, como lo que realmente son: tiranos.

Raquel Eugenia Consigli
Horacio Martínez Paz