EL PRINCIPIO DEL FIN
Hace unos meses titulábamos nuestra columna con aquella famosa frase de Winston Churchill después de la batalla de El Alamein: “este no es el fin de la guerra, ni siquiera es el principio del fin, pero es, tal vez, el fin del principio”. Hoy creemos que después de la histórica sesión parlamentaria de ayer, ha comenzado en el país el principio del fin de una forma de hacer gobierno espuria desde su origen.
A tan sólo siete meses de iniciar su oportunidad como presidente de la Nación y cansada de inaugurar y re-inaugurar empresas, sin ningún plan de gobierno a la vista, Cristina esperaba confiada en Olivos el resultado de la votación en el Senado que significaría su entronamiento en el imaginario reino del poder absoluto en el occidente del tercer milenio. Después de cuatro frenéticos meses de armar actos partidarios en la Rosada y en exteriores, montar escenas teatrales y publicitarias sobre la mesa de los argentinos, dramatizar ante los ingenuos sobre las bondades de “desojizar” el país, “ablandar” legisladores partidarios y de la oposición desembolsando grandes sumas amén de toda clase de promesas, y montar una guardia pretoriana para proteger sus intereses, la presidenta y su marido perdieron la apuesta.
El pueblo argentino a través de sus representantes en el Congreso le dio un rotundo NO a esa forma de gobierno que nos ha mantenido de rehenes por más de medio año. La ciudadanía dijo NO a la monarquía absoluta, sistema de gobierno que se eclipsó en el hemisferio occidental hace más de dos siglos. Le dijo NO a la corrupción de los funcionarios del Estado, entren o salgan por Ezeiza con valijas llenas de dólares o aritos de la exquisita joyería Bulgari. Le dijo NO al autoritarismo de los que gobiernan mediante decretos caprichosos, en lugar de hacerlo a través de las leyes. Le dijo NO a la violencia patotera que impone el pensamiento único por medio de la fuerza, sea en la calle sea en la privacidad de una oficina mediante la coima, la extorsión o el negociado de favores y prebendas.
El gran ganador: el país entero. En la jornada histórica del 16 de julio, cada senador pudo explicar ante sus mandantes las razones por las que votaba de una forma o de otra, demostrando que la democracia puede funcionar más allá de las presiones recibidas desde el ejecutivo. La Nación recibió una lección de civismo, entendiendo que no hay poder absoluto sino participación ciudadana en las políticas centrales. La institución parlamentaria, el lugar donde se mide el pulso de la democracia, jugó un papel fundamental que, al ser televisado, permitió, quizás por primera vez, que los votantes pudieran conocer las caras de sus representantes en el Congreso.
La Argentina que sigue es una Argentina con más democracia, con más instituciones y con más consenso para diseñar las políticas de largo plazo en una variedad de campos, que todavía siguen desatendidos. Es la Argentina que perdió el miedo a expresarse, a protestar cuando es justo y a sostener los reclamos. Es la Argentina que puede vivir y expresarse pacíficamente, a pesar del disenso.
Argentina es la gran ganadora porque si bien la jornada de ayer significó el principio del fin de la prepotencia y la soberbia gobernantes, también implica el desafío de continuar un período de gobierno que prometía en sus eslóganes de campaña que “el cambio recién empieza”, y que se ha demorado más de lo debido.