SEDE VACANTE
Desde que Néstor Kirchner asumió la presidencia el 25 de mayo de 2003 hasta la actualidad, es decir ocho años después, cuando su viuda está terminando su gestión al frente de la primera magistratura del país, Argentina ha tenido seis ministros de Economía: Roberto Lavagna, Felisa Miceli, Miguel Peirano, Martín Lousteau, Carlos Fernández y Amado Boudou, ninguno de los cuales ha descollado en el cargo debido a que el kirchnerato ha impuesto su propia “politica económica” por sobre los técnicos en la materia.
Néstor “heredó” a Lavagna –tal vez el único capaz de conducir la economía nacional– de la presidencia interina de Eduardo Duhalde y lo conservó hasta fines de 2005, cuando decidió “profundizar el modelo de matriz diversificada”, que nadie sabe exactamente en qué consiste y que el entonces ministro no apoyaba, por lo cual huyó despavorido. Kirchner lo sustituyó por una ex alumna de Lavagna, la inefable Felisa Miceli, que terminó renunciando un año y medio después envuelta en un escándalo de proporciones y acusaciones de corrupción. Los seis meses siguientes y hasta la asunción de Cristina, los destinos del ministerio más importante del país –y de cualquier país– estuvieron en las manos de un joven economista, Miguel Gustavo Peirano, que en ese momento tenía 39 años y había trabajado en la multinacional Techint, el Banco de Inversión y Comercio Exterior (BICE) y la Unión Industrial Argentina (UIA).
Sin embargo, es durante la presidencia de su ahora viuda, Cristina Fernández, cuando el ministerio de economía adquiere las peculiares características de una sede vacante, un sitio vacío, en el que los titulares del mismo son meras marionetas manipuladas por y desde el poder ejecutivo a fin de llevar a cabo las descabelladas elucubraciones (ya que no se puede hablar de políticas) kirchneristas sobre una economía “nacional y popular”, que incluye, entre otros disparates, inventar las cifras del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (Indec), distribuir entre algunos sectores sociales carenciados y no tanto, todo tipo de planes “para todos”, despilfarrar los fondos de los jubilados para financiar la demagogia cotidiana, y poner al frente de las distintas secretarías a personal ignorante, inoperante o simplemente patoteril, como es el caso de Guillermo Moreno, a cargo de Comercio Interior.
El primer ministro de economía de la gestión cristinista, Martín Lousteau, respondía a la apuesta de la presidenta “por los jóvenes”, ya que al asumir el cargo contaba solamente con 37 años y, a pesar de su supuesta capacidad, obviamente carecía de experiencia política. Digitado por el matrimonio presidencial, divulgó el esquema K de retenciones móviles a las exportaciones del sector agropecuario, que provocó un inmenso descontento popular en un país cuya economía está ampliamente basada en el campo, y precipitó su caída en abril de 2008. Fue rápidamente reemplazado por Carlos Rafael Fernández, un desconocido economista que permaneció un año y tres meses en el cargo, sin que nadie sepa a ciencia cierta qué fue lo que hizo mientras duró su gestión.
Si el ministerio de economía había sido hasta entonces una dependencia inoperante de la Casa Rosada, con la llegada de Amado Boudou en julio de 2009 la “mufa” desapareció de los despachos oficiales. El motoquero, guitarrero y cantor se encargó de generar sonrisas en medio del aburrimiento y la confusión generalizada del gabinete de Cristina. Mientras conduce su Harley-Davidson hacia los recitales de rock, acompañado de su pelirroja novia, el encargado del Palacio de Hacienda de la Nación nos ilustra cada día más sobre su absoluta carencia de conocimientos en materia económica y, lo que es peor, su total despreocupación por el tema.
Sin embargo, la desfachatez de este inquilino transitorio de la todavía sede vacante no tiene límites. Amado Boudou ha presentado su candidatura a jefe de gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, sin que nadie conozca su plataforma de gobierno ni cuáles serán las medidas prioritas en caso de ser electo y cómo las implementará. Su campaña está basada exclusivamente en insultos y descalificaciones a los oponentes, en particular a Mauricio Macri, lo cual, con sus antecedentes como ministro nacional, hablan a las claras de cómo sería su gestión si resultara ganador. En el despacho del ministerio nadie lo ve hace meses.
Una de las figuras que lo escoltan en su campaña proselitista, aunque nadie sabe en calidad de qué, es Patricia Vaca Narvaja, titular de la Embajada Argentina en México, que se ha convertido en otra sede vacante, esta vez en el exterior. Eso sí, ambos siguen cobrando sus magníficos sueldos mientras no cumplen la función para la que han sido nombrados. En el caso de Vaca Narvaja hasta puede ser beneficioso, ya que suponemos que a cargo de la sede diplomática está un segundo idóneo y de carrera.
En lo que hace a Boudou, sin embargo, el ministerio ha quedado en manos de un personaje muy peligroso: Roberto Feletti, de origen izquierdoso. Recientemente, un largo editorial del diario La Nación transcribe párrafos de una entrevista que el viceministro Feletti concedió al semanario Debate. Feletti afirmó entonces, entre otras cosas inaceptables para una economía del tercer milenio, que “el populismo debe radicalizarse” debido a que “antes no era sustentable ya que no podía apoderarse de factores de renta importantes”. Según lo publicado por La Nación, para el viceministro la única industria que debe quedar es la manufacturera, ignorando por completo a la industria financiera, de la que vive exitosamente Suiza hace años, y la de los servicios, tanto y tan bien desarrollada en nuestro país. Su tesis es que la economía debe quedar absolutamente en manos del estado, es decir, “profundizar” el sector público, lo cual es sencillamente inquietante ya que significa un fabuloso retroceso en la inversión de capitales y en la generación de empleo, algo que es propio del sector privado y que Argentina necesita con urgencia. No hay que dar más vueltas. Si parece un perro, tiene cuatro patas, mueve la cola y ladra, es un perro. Marxismo-leninismo en estado puro, aunque con un siglo de atraso.
© Raquel E. Consigli y Horacio Martínez Paz