LA ARGENTINA SUBSIDIADA
A finales de 2009 las facturas de la Empresa Provincial de Energía de Córdoba (EPEC) comenzaron a llegar con una leyenda que cruza el papel y que reza: “con subsidio del estado nacional”, a partir de lo cual aumentaron sideralmente.
Tal vez fue para compensar a los ciudadanos del interior por no recibir las prometidas lamparitas de bajo consumo, que en cantidad de cinco millones se compraron a Cuba, que, supuestamente, a su vez, las había adquirido a China e iban a ser distribuidas en forma gratuita a todos (hay que resaltar el “todos”) los hogares por la presidenta de todos los argentinos, con el objeto de disminuir el consumo y concientizar a la ciudadanía sobre el ahorro energético y el cuidado del medio ambiente. La población total de Argentina ronda los 40 millones de habitantes, por lo que el plan de ahorro implicaba, por lo menos, la entrega de una lamparita de bajo consumo cada dos habitantes. Los cordobeses todavía estamos esperando que la presidenta cumpla su promesa de “alumbrar” un nuevo país.
Después de las lamparitas, a la presidenta se le “encendió” otra idea genial: los “planes canje”, aunque los mismos, que incluían el soñado recambio de autos, bicicletas, heladeras, termo-tanques, cocinas, lavarropas y maquinarias agrícolas no alcanzaron el objetivo propuesto de “reactivar la economía” y se redujeron, como siempre, a los amigos del poder y a la población de La Matanza, el distrito que injustamente decide las elecciones presidenciales en el país a partir del siniestro Pacto de Olivos entre Alfonsín y Menem.
Según Roberto Cachanosky, un reconocido economista argentino, solamente en el primer trimestre de 2011 se llevan gastados 12.300 millones de pesos en subsidios, con lo que se puede calcular el desembolso para el resto del año en este rubro, porque si hacemos una lista somera debemos incluir la energía (luz, gas), los combustibles, el transporte, algunos alimentos (harina para pan, carne para todos, milanesas para todos, carne de cerdo, merluza, pollos), algunos medicamentos, las vacunas contra la meningitis y las tres millones de netbooks para alumnos secundarios y docentes de todo el país, de las cuales no se ha llegado a entregar ni el 20%.
A esto debemos agregar los 600 millones para el fútbol, la compra de Aerolíneas Argentinas, las jubilaciones sin aportes, las asignaciones por hijo y por embarazo, los incentivos a los jóvenes y la enorme masa de los empleados públicos (universidades, escuelas, hospitales, fuerzas armadas, policía) mantenidos con fondos del erario común. En el caso de la re-estatizada línea de bandera, su actual presidente-niño acaba de declarar alegremente que tendrá una pérdida de 400 millones en 2011.
Nos preguntamos entonces a quiénes benefician realmente estos subsidios, y, sobre todo, de dónde provienen los fondos para hacer frente a tan escalofriante cifra que debe proveer el Estado, y la respuesta es obvia: de la estatización de los fondos de los jubilados que estaban en las administradoras de fondos de jubilaciones y pensiones (AFJP), de las retenciones al campo y de cualquier otra maniobra dudosa que, a través de los organismos “de control” del Estado, se pueda perpetrar en contra de los escasísimos particulares que trabajan, invierten y todavía apuestan por el país. En un reciente viaje por aire a Buenos Aires hemos observando a nuestros pies millones de hectáreas sembradas, la mitad de las cuales son para la corona.
Eso parece dejar afuera a Cristina Fernández como candidata para las próximas elecciones presidenciales, ya que, al haber negado a los jubilados el 82% móvil y vaciado las arcas del Estado, no tendría con qué hacer frente a las ingentes dádivas de los próximos años que le serán exigidas por el electorado cautivo y por los poderosos gremialistas que ella ha contribuido a cebar.
Lo realmente triste de la patria subsidiada es que las generaciones de nuestros abuelos vieron un país próspero surgido de la cultura del trabajo, mientras que las generaciones posteriores vieron crecer, no solamente la injerencia del sector público en el ámbito privado, sino la holgazanería y la comodidad de quienes se habituaron a vivir y a esperarlo todo del Estado, factor que está fomentando en los jóvenes del tercer milenio una actitud de especulación e indiferencia en la formación personal y de profundo desaliento en lo que hace al trabajo, el esfuerzo y el mérito.
Raquel E. Consigli
Horacio Martínez Paz