PARA ROBUSTECER LA DEMOCRACIA
Brasil votó. Se cumplieron parcialmente las predicciones que daban por ganadora a Dilma Rousseff, y decimos parcialmente, ya que hace tiempo que las noticias y encuestas hablaban de que la candidata de Lula arrasaría en la primera vuelta.
No llegó, y deberá ir a ballotage, aunque sólo le faltaron muy pocos puntos. Lula le prestó a Rousseff la mitad de los votos que obtuvo. En la segunda vuelta el triunfo puede no ser tan marcado, ya que algunos colegas brasileros comentan que muchos de los votos de Lula pasarían, en esta oportunidad, al bando contrario. Cosas de la alquimia política que a la distancia no llegamos a comprender muy bien. Sin embargo, la constitución brasilera es estricta: el candidato a presidente tiene que obtener el 50% más uno de los votos.
En Colombia hace escaso tiempo, el candidato Juan Manuel Santos, en primera vuelta, obtuvo casi el 50% de los votos y su oponente más cercano el 26%. El contrincante de Santos era un engendro creado por Hugo Chávez, quien se encargó de hacer correr encuestas en las que lo daban ganador en primera vuelta. Sin embargo, en el ballotage, por el que obligatoriamente debió pasar, ganó cómodamente el hoy presidente Santos.
A partir de la reforma constitucional de 1994, Argentina adoptó el sistema de dos vueltas electorales, que venía a reemplazar al anterior -y más sabio- de los colegios electorales previsto en la Carta Magna de 1853, en la cual un voto de Misiones era tan válido como otro del conurbano bonaerense. De esta forma se evitaba que una provincia superhabitada definiera quién nos gobernaría.
Si hubiéramos tenido una ley electoral estricta como en los países líderes en el mundo -ya que la nuestra viene con trampita-, y se exigiera el 50% más uno de los votos para ganar en primera vuelta, ¿hubiera accedido a la primera magistratura Cristina Fernández? Creemos que no. Y mucho menos su marido, que llegó a la presidencia con sólo el 22% de los votos a favor, es decir apenas una quinta parte del electorado.
En el caso de Cristina Kirchner, una oposición tremendamente fragmentada se hubiera unido para enfrentarla y hubiera sido el anticipo de lo que luego sucediera en 2009. Siete de cada diez argentinos no quieren a los Kirchner en el poder. Los tres que los apoyan son los beneficiarios de planes sociales -planes ¿trabajar?-, y todo tipo de prebendas permanentemente renovadas y aumentadas con el fin de mantener el electorado cautivo que les sirve de base de sustentación.
Es imperativo que Argentina revise y perfeccione su sistema electoral, no solamente en lo que hace a la incorporción de tecnología (las urnas electrónicas -lo que implicaría un cierto freno al fraude-) sino, y mucho más importante, en lo que hace al porcentaje necesario para acceder a la primera magistratura del país, por tratarse en nuestro caso de un sistema presidencialista fuerte.
Raquel E. Consigli
Horacio Martínez Paz