LOS ERRORES DEL SISTEMA
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En 1912, durante la presidencia de Roque Sáenz Peña, se sancionó la ley que lleva su nombre y que consagraba el voto secreto y obligatorio. A pesar del tiempo transcurrido –casi un siglo- y de los cambios políticos en el país y el mundo, la obligatoriedad del voto sigue vigente, desvirtuando así su sentido primigenio (eliminar el fraude), porque el voto no es un deber sino un derecho de la ciudadanía, que debe ser ejercido con conciencia y en libertad, exento de la presión pueril de la sanción.
El sistema republicano en el que vivimos adolece también de algunos defectos que deben ser corregidos en el breve plazo. Tal vez uno de los más graves es la persistente violación a las leyes por parte de quienes deberían dar el ejemplo: funcionarios, legisladores y jueces, debido a que el propio sistema no solamente facilita la impunidad de los infractores, sino que además la fomenta.
Es así que desde 1853 y durante gobiernos de distinto signo, las Cámaras del Congreso nacional han conferido poderes extraordinarios al primer magistrado de la Nación, aun cuando el artículo 29 de la Constitución lo prohíbe expresamente, estableciendo que “actos de esta naturaleza llevan consigo una nulidad insanable, y sujetarán a los que los formulen, consientan o firmen, a la responsabilidad y pena de los infames traidores a la Patria”.
Por otra parte, el fuerte sistema presidencialista que hemos estructurado confiere al primer mandatario la posibilidad de “gambetear” las leyes emanadas del Congreso y, a pesar de que la Carta Magna le impide “emitir disposiciones de carácter legislativo”, los presidentes argentinos, especialmente en los últimos años, han gobernado a través de un sinnúmero de “decretos de necesidad y urgencia” y, al mismo tiempo, vetando indefinidamente las leyes sancionadas por las cámaras que no han resultado de su agrado.
El sistema electoral argentino, que presenta serias fallas, ha llevado varias veces a la presidencia a candidatos que no contaban ni siquiera con el 50 por ciento de los votos válidos. El ejemplo más reciente es el de Néstor Carlos Kirchner, que se volvió presidente de los argentinos por un hecho fortuito, habiendo obtenido solamente un 22% de los votos, es decir con la aprobación de apenas una quinta parte del electorado. Y debemos acotar que por lo menos la mitad de esos votos fueron "prestados" por Eduardo Duhalde, hoy su enemigo político.
Urge también modificar el sistema electoral, a fin de eliminar las listas sábanas, mediante las cuales perfectos desconocidos, muchas veces incapaces o no suficientemente calificados, cuando no delincuentes procesados, acceden a un cargo público o a una banca en el Congreso.
También es imperativo que la designación de los jueces no pueda ser ejercida por el poder ejecutivo, sino que la ciudadanía pueda tener un conocimiento y un control más efectivos sobre aquellos individuos de cuyo criterio depende la libertad, la honra y el patrimonio de los argentinos.
Sumando estas asignaturas pendientes a los problemas reales y urgentes del pueblo argentino, nuestros dirigentes del oficialismo y la oposición tienen tanto trabajo por hacer, que es difícil pensar que tengan tiempo para distraerse en las trivialidades en las que los vemos enredados cotidianamente.
Raquel E. Consigli
Horacio Martínez Paz