Sapo diplomático
Nuestro país no se ha caracterizado nunca por tener una buena diplomacia, siendo esto el lamentable resultado de la absoluta carencia de políticas de estado, tanto en materia interior como exterior. Sin importar el signo político del gobernante de turno, siempre se ha tomado al servicio exterior de la Nación como un reducto de amigos, cuando no un modo de premiar a punteros políticos cumplidores.
Dentro de este panorama deplorable ha habido, sin embargo, códigos que se han respetado y observado en el tiempo. Cuando el gobierno nacional pedía plácet para un embajador, era porque toda la estructura diplomática había confirmado la aceptación del candidato. Es decir que -sotto voce- se habían realizado las gestiones previas.
A los papelones -tanto internos como externos- que la dinastía K nos tiene acostumbrados, debemos sumar ahora un “sapo” en materia de servicio exterior, que bien podría repetirse a la brevedad. Sin consultas previas, se resuelve pedir plácet, tan luego al Vaticano, para un nuevo embajador ante la Santa Sede. El “amigo” de turno es el Dr. Alberto Iribarne, ex ministro de justicia de la primera administración K.
Es sabido que el Vaticano no acepta embajadores representantes de países católicos que tengan alguna situación irregular ante sus ojos. El caso del Dr. Iribarne es que es divorciado y ahora convive con otra mujer. Según narra desde Roma la periodista Elizabetta Piqué en el diario La Nación, el estado vaticano no tiene por costumbre rechazar abiertamente al candidato, sino que hace silencio y no contesta, a la espera de que sea cambiado por otro. Este caso no fue una excepción a la regla, pero la “administración Cristina” reaccionó haciendo público su desagrado, algo imperdonable dentro de los vericuetos diplomáticos.
De esta manera el gobierno nacional suma al fracaso de su pedido de plácet para el frustrado embajador Iribarne, el actual disgusto ya manifiesto de la Santa Sede por el estado público que tomó el asunto.
El otro probable “sapo” es el también demorado pedido de plácet para nombrar embajador en EE.UU. al actual cónsul argentino en Nueva York, el sr. Héctor Timerman. La soberbia gobernante en nuestro suelo hace subestimar a la férrea estructura diplomática de los norteamericanos y sus firmísimas políticas de estado. No importa a qué partido le toca el turno gobernar. Si nuestros genios gobernantes creen que los demócratas son amigos de Chávez, las FARC o Hebe de Bonafini, harán un sapo más, sumado a la humillante actitud de nuestra presidente mendigando el plácet para Timerman ante el embajador norteamericano “a cambio” de algunos privielgios para Earl Wayne en las oficinas del gobierno.
Tal vez lo mejor sería dejar que Timerman siguiera de cónsul en New York, oficio que ya le es familiar, y designar al “intachable” Iribarne como embajador en Washington, ya que los norteamericanos no pondrían reparos por su estado civil. A su vez, como el ministro Férnandez afirma que nunca hay que estar mal con el Vaticano, quizás el ciudadano argentino más calificado para ocupar el puesto de embajador en esa plaza sea ex presidente Néstor Kirchner. Al parecer, cumple todos los requisitos y quizás hasta sea un embajador ejemplar que deslumbre a la Santa Sede, no sólo por su ya conocido accionar a favor de la “justicia” y los “derechos humanos”, sino, sobre todo, por su parentela, en particular su “madre putativa” tan afecta a frecuentar la catedral metropolitana aunque no se realice en ella ningún oficio religioso que amerite su presencia.