El cambio que se vino
En un ya lejano mes de 2003, una conocida conductora de televisión, famosa por sus almuerzos, preguntó con cierta picardía a su invitado de ese día, Néstor Kirchner: “¿Es cierto que con usted se viene el zurdaje?”.
Sorprendido, el visitante ensayó una respuesta poco satisfactoria para salir del paso, pues, aunque maliciosa, la interrogación de la anfitriona no dejaba de ser la realidad de lo que ya rondaba la mente del por entonces flamante presidente electo. Así fue. Con el correr de las semanas, el “zurdaje” se fue apoderando de la Casa Rosada hasta tomarla por completo.
La primera tarea de gobierno del zurdaje fue crear y consolidar un fuerte bastión de poder político, que más tarde traería como corolario la insólita sucesión conyugal en la presidencia. Para ello se puso especial empeño en diseñar e implementar una cuidada regresión a los años 70, que incluyó una feroz caza de brujas hacia cualquier miembro de la sociedad argentina que hubiera tenido alguna participación en los estamentos del poder entre 1976 y 1983 -civiles, militares, policías, curas-, al mismo tiempo que establecer un firme lazo con las vengativas madres y abuelas de varias líneas, así como con hijos y nietos del mismo tenor, sindicalistas resentidos, contrabandistas de petrovalijas y un largo etcétera.
Es así que en cuatro años y medio hemos visto desfilar por los despachos de gobierno, legislaturas y tribunales, meneándose y/o ocupando cargos, a ex terroristas, militantes y simpatizantes. Una larguísima lista de nombres repetidos desde los años 70, cuyo juramento a sus respectivos cargos tuvo la esperable impronta de incluir a los supuestos “30.000 desaparecidos”. Y de allí en adelante la historia de los últimos cuatros años es conocida por los lectores.
El uso del poder por parte de Kirchner para sus propios fines (afirmar el débil porcentaje que posibilitó su asiento en el sillón presidencial, luego del retiro de Menem de la segunda vuelta), usando todos los recursos del Estado que fueran necesarios -nuestro dinero, por supuesto-, trajo como fruto la gestación de la sucesión presidencial, algo insólito en la historia de la democracia, condenable no por lo extravagante sino por lo estrepitosamente espurio de su origen, rasgo típico del accionar del zurdaje.
Una vez segura de su previsible triunfo, la dama se dedicó a “instalarse” internacionalmente, moviendo el costosísimo avión presidencial a donde la hotelería, los centros de compra y los de diversión fueran más de su agrado, mientras trasladaba una impresionante comitiva en equipos de comunicación, maquillaje y vestuario para codearse con cualquiera, izquierda o derecha, nunca se sabe. Otro rasgo típico del zurdaje (además de despilfarrar los dineros de la ciudadanía, nunca los propios): amagar a la derecha y doblar a la izquierda.
Ya instalada en la presidencia y mientras improvisaba el discurso de asunción, la reina Cristina no se privó de nombrar, como era previsible, a los terroristas muertos durante la guerra antisubversiva, llamándolos eufemísticamente “las víctimas”, mientras dirigía la mirada hacia los palcos donde Bonafini, Carlotto y Cía la observaban atentamente y asentían complacidas. Probablemente lo hizo adrede, para remarcar que para quienes combatieron a la subversión no habrá jamás, por lo menos durante su mandato, ningún tipo de reconocimiento a sus víctimas, como tampoco para los cientos de civiles inocentes que cayeron bajo las balas asesinas del terrorismo. Curiosa distinción, ya que entre los presentes se encontraba el Príncipe de Asturias, Don Felipe de Borbón, que hace muy poco ha visto morir víctimas de los etarras a dos miembros de la guardia civil española. El mismo efecto de rechazo debe haber causado al enviado del presidente Sarkozy, que se ha solidarizado con su par español Rodríguez Zapatero por los ataques de la banda ETA, ofreciendo su cooperación para el diseño de una estrategia conjunta de lucha contra el terrorismo. Tampoco habrá causado mucha gracia a la representante del gobierno de Bush, Elaine Chao, en cuyo país el terrorismo internacional promovido por la red Al Quaeda produjo varios miles de víctimas hace 6 años.
El zurdaje telúrico también evidenció otro cambio en la asunción de Cristina. En mayo de 2003, cuando fue el turno de su marido, el gurú Fidel Castro hizo su aparición por el país para distinguir lo que sería el mandato de Kirchner, dándose el lujo de dar una “clase magistral” sobre no se sabe qué tema en la Facultad de Abogacía de la UBA. El lunes, por el contrario, la delegación cubana pasó prácticamente inadvertida para los periodistas ya que el protocolo ni siquiera la mencionó, mientras el órgano de difusión cubano “Granma” anunciaba orgullosamente en su portada de Internet que Cuba estaría presente en la ceremonia, representada por el vicepresidente del Consejo de Ministros José Ramón Fernández. No. Fidel ya fue. Esta vez la estrella debía ser Hugo Chávez, quien por alguna razón desconocida apareció en el Congreso cuando la presidente le estaba tomando juramento a Julio Cobos. ¿Un desplante? Tal vez. De lo que no hay duda es que se trató de un rasgo de mala educación, propio de quienes comulgan con estos personajes y su ideología. La misma mala educación que demostró la flamante primera mandataria al ofender al invitado presidente uruguayo con su ataque sobre la pastera. Gesto esperable de quien provenía.
El zurdaje hizo también gala de una paradoja tragicómica, por no decir sencillamente hipócrita. Horas antes de que la mujer de Kirchner recibiera la investidura presidencial, Yolanda Pulecio, la madre de la ex candidata presidencial Ingrid Betancour, cautiva en la selva desde hace más de seis años por terroristas de las FARC, se entrevistaba en Buenos Aires con el canciller Jorge Taiana, ex terrorista montonero que en julio del 75, durante el gobierno constitucional de Isabel Perón, puso una bomba en el bar “El Ibérico”, causando la muerte de dos personas: un mozo y una mujer. ¿Qué tipo de “ayuda” le puede ofrecer un ex terrorista que comulga y se solaza con Hugo Chávez, el mayor proveedor de municiones para el terrorismo colombiano, a una madre desesperada por recuperar a su hija de las garras de ese mismo terrorismo?
El cambio que se vino con doña presidente, salvo por dos o tres cositas realmente “novedosas”, no es sino “más de lo mismo”. ¿O alguien esperaba algo distinto del zurdaje que se nos vino -otra vez- encima?