Definitivamente, nada en común
Desde el 28 de octubre último Argentina cuenta con la primera mujer elegida presidente por el voto popular, que ocupará el sillón de Rivadavia por los próximos cuatro años. Funcionarios, periodistas y hasta la propia Cristina Fernández han pretendido equiparar su figura a la de otras mujeres que han liderado y lideran sus respectivos países en la centuria pasada y en la presente. Sin embargo, no hace falta bucear mucho en la historia pasada y reciente para detectar profundas diferencias entre aquellas mujeres y ésta.
En el siglo XX, tres figuras sobresalen entre las féminas líderes en Oriente y Occidente: Golda Meir, Indira Ghandi y Margaret Thatcher, por citar sólo algunas. La primera de ellas, Golda Meir, primera jefa de gobierno de Medio Oriente, fue la cuarta Primera Ministra de Israel entre 1969 y 1974, talentosa diplomática y reconocida estadista. La segunda, fue Primera Ministra de India en dos períodos: entre 1966 y 1977 y luego entre 1980 y 1984, liderando su partido durante largos años. Finalmente, Margaret Thatcher fue la primera mujer en convertirse en Primera Ministra de Inglaterra, país que lideró entre 1979 y 1990, ganándose el apodo de “Dama de Hierro”. Además fue una líder indiscutida del Partido Conservador inglés entre 1975 y 1990, siendo su influencia significativa en la política mundial de esos años. También podemos citar, entre otras, a Violeta Chamorro y Corazón Aquino, jefas de estado y dirigentes políticas de enorme gravitación en sus respectivos países en puntos opuestos del orbe.
Actualmente, a comienzos del siglo XXI, las mujeres líderes en el mundo de la política también se destacan por su profunda compenetración con los problemas y la realidad que les toca vivir y, sobre todo, por su capacitación académica. Así como Thatcher se graduó en Oxford con un diploma en Química, Angela Merkel, canciller alemana, es Doctora en Física, especialista en el campo de la Física cuántica. Vivió 36 años en Alemania Oriental, bajo el yugo ruso. Al caer el muro, se decidió a ingresar a la política, desempeñándose desde 1990 como Ministra de la Mujer y luego como Ministra de Medio Ambiente y Seguridad Nuclear, durante el gobierno de Helmut Kohl. Habla a la perfección el ruso y el inglés.
Por su parte, Condoleezza Rice, la Secretaria de Estado norteamericana, de 53 años, es quizás la mujer con el bagaje académico más abrumador entre todas ellas: Doctora en Ciencias Políticas por la Universidad de Denver y Doctora Honoris Causa por varias universidades. Hasta su incursión en la política en 1989, fue profesora de Ciencias Políticas en la Universidad de Stanford, ocupado varios cargos no solamente dentro de la universidad, sino también como fundadora o miembro de directorio en una infinidad de empresas e instituciones de relevancia donde se ha destacado por su capacidad e inteligencia. Ha publicado varios libros y numerosos artículos sobre su especialidad.
Hillary Clinton, actualmente senadora por Nueva York y primera candidata a la presidencia por el Partido Demócrata, es una brillante abogada, nominada como una de las mejores profesionales de su país entre 1988 y 1991, egresada de la universidad de Yale, una de las más importantes de Estados Unidos.
Michelle Bachelet, actual presidente de Chile, es Médica Cirujana Pediatra con especialización en Epidemiología, graduada en la Universidad Nacional de Chile. Durante el gobierno de su predecesor, el socialista Ricardo Lagos, se desempeñó como Ministra de Salud y posteriormente como Ministra de Defensa. Debido a sus excelentes calificaciones académicas obtuvo varias becas; la última, ya en plena carrera política, la llevó al Colegio Iberoamericano de Defensa en Washington, donde se especializó en temas de Defensa Continental.
Lo más relevante de todas las figuras arriba mencionadas es que ninguna de ellas recibió un cargo en la vida civil o en la política de manos de su cónyuge ni ascendió en el partido por vía de prebendas, aprietes o “dedos”, sino que todo fue logrado con su propio esfuerzo, producto de su talento y mérito personales. Es imperativo destacar que todas estas mujeres pusieron su capacitación personal como prioridad antes de lanzarse al ruedo político, dando por sobreentendido que la mejor manera de servir a sus respectivos pueblos es a través de la preparación personal. Es así que todas ella, antes de ingresar a la política han trabajado en la vida civil en sus respectivas áreas de estudio: Thatcher como investigadora en el campo de la cristalografía, Merkel en la física cuántica, Bachelet en las áreas de salud y defensa, Clinton en la de leyes, Rice en la docencia.
Es por eso que la diferencia entre Cristina Fernández y estas mujeres es tan abismal, que no hay punto de comparación con ellas. Nuestra presidente electa “ha cursado” estudios de abogacía en la universidad de La Plata (según se lee en su propio sitio web), pero la misma universidad no ha podido hallar el acta en la que, supuestamente, concluyó esos interminables “estudios”. Tampoco aparece matriculada como profesional en ningún colegio de abogados del país, ni parece dominar alguna lengua extranjera. Su vida junto a su marido en la ciudad de Río Gallegos no muestra ningún dato sobresaliente en los años transcurridos entre 1976 y 2003, cuando su marido accedió a la presidencia. De la misma manera, su militancia dentro del partido peronista no depara ninguna sorpresa debida a sus méritos personales. Y en cuanto a su llegada a la presidencia del país el pasado mes de octubre, demás está decir aquello de lo que todos los argentinos hemos sido testigos: los resortes del poder de turno, el de su marido y el suyo, impidieron las internas dentro del propio partido peronista, impulsando la candidatura única de Cristina y movilizando todos los recursos del Estado que fueron necesarios para conseguir el propósito de instalar a la señora en la presidencia.
No. Definitivamente. No hay punto de comparación entre las otras y ella. Lo que tiene en común la “reina Cristina” con las otras mujeres líderes en el mundo es únicamente el “género”.