12 jun 2011

INMOBILIARIA K

El 31 de enero pasado la presidente argentina recibió la visita oficial de su par de Brasil, Dilma Rousseff. Era la primera salida al exterior de Dilma en su calidad de primera magistrada y eligió nuestro país porque Argentina es un socio estratégico en el cono sur.

La presidente Rousseff traía una agenda muy apretada que contemplaba sólo tres horas en suelo argentino, dos horas para reuniones y firma de convenios con Cristina y diversos funcionarios y una hora para el obligado banquete protocolar. Luego, Aeroparque y Brasilia.

El encuentro -“cumbre” como los llaman ahora- entre ambas mandatarias no fue muy amable. Dilma expresó claramente que ella “no es Lula”, y que las relaciones de intercambio comercial debían guiarse de acuerdo a nuevos y estrictos parámetros. La no observancia de los mismos, gracias a personajes de caricatura con poder para frenar el voluminoso comercio bilateral, provocó hace unas semanas una tensa situación con el país vecino. Para destrabar el espinoso asunto fueron necesarias muchas reuniones de la ministra de industria, Débora Giorgi, con su par brasilero, así como con diplomáticos y funcionarios.

Cristina Kirchner aprovechó la visita de Dilma para un capricho personal y forzó a su colega a retrasar su regreso a Brasilia. La primera mandataria argentina llevó a la brasilera a la Casa Rosada para presentarle a la flor y nata de los “derechos humanos” locales: Hebe de Bonafini, presidenta de Madres de Plaza de Mayo, Estela de Carlotto de Abuelas, Eduardo Luis Duhalde, miembros del Centro de Estudios Legales y Sociales (Cels) y otros personajes de menor relevancia. 




Sin embargo, el verdadero motivo de la reunión era una cuestión de marketing: Cristina se había propuesto venderle a Dilma las casas que construyen las Madres a fin de paliar los daños causados por las recientes inundaciones en el vecino país. Para ello hizo trasladar hasta la Plaza de Mayo una casa y un aula armadas sobre un camión semiremolque y entonces desde el “balcón de Perón” la alentó a que comprara esos modelos para la recontrucción de algunas barriadas de Río de Janeiro destruidas por un alud. La presidente Rousseff recibió carpetas con planos, descripciones del sistema constructivo y varios etcéteras, además de dos modelos terminados de regalo para llevarse a casa. Dilma respondió que estudiaría la propuesta.

Del mismo modo, la fundación Madres de Plaza de Mayo envió 15 casas terminadas a Uruguay, a fin de convencer al presidente Mujica de adquirir la oferta habitacional argentina. Según trascendidos, el presidente Chávez también habría girado fondos para adquirir un lote de casitas prefabricadas marca “Bonafini-Schoklender” y estaría ahora siendo cuestionado por legisladores de la oposición.

Esto es así, porque tres semanas antes de la llegada de Rousseff, el 6 de enero de 2011, el canciller Héctor Timerman firmó un convenio con la fundación presidida por Hebe de Bonafini para extender el plan de viviendas populares concebido por Cristina Fernández a otros países de la región. La "Misión Sueños Compartidos" se llevaría a cabo a través de las correspondientes embajadas argentinas.


Al destaparse el "affaire" Schoklender, Hebe de Bonafini vociferó a los cuatro vientos que no tiene nada que ver con su hijo adoptivo y que no sabía lo que estaba haciendo el ejemplar muchacho. Desde la Casa Rosada sucede otro tanto: se motoriza una operación para despegar a Cristina, Timerman y De Vido del escándalo, pero ya es un poco tarde: hasta en la página de la presidencia los documentos gráficos mandan al frente a la dirigencia nacional al completo.

El negociado inmobiliario de Cristina Fernández y su troupe de buenos muchachos, que implica una increíble red de un entramado casi perfecto en lo financiero, ha quedado al descubierto. Y aunque siempre resulta doloroso enterarse cómo el Estado lucra cruelmente con la necesidad de los más pobres, que no le quepa duda a ningún compatriota que desde hace unos días en lo primero -y lo único- que piensa nuestra presidenta es en el “techo” de todos y cada uno de los argentinos.

© Raquel E. Consigli y Horacio Martínez Paz