En LA NACIÓN de hoy, 11/12/10
Editorial II
PERIODISTAS MILITANTES
El presidente de Télam pareció burlarse de la sociedad al decir que prefiere los militantes a los hombres de prensa
Es grave que el flamante presidente de Télam, Martín García, tenga una concepción del periodismo rayana en lo chabacano y, por ello, crea que esa agencia estatal de noticias deba ser un apéndice del peronismo o, acaso, una unidad básica.
El periodismo argentino sufre desde 2003 los embates de un gobierno que no informa -hasta se ha jactado de tener un "vocero mudo"- y que espera que toda la información le sea favorable, como si nadie más que sus propios "periodistas militantes" fueran capaces de analizar la realidad. Lamentablemente, esa corriente ha ganado espacios propios gracias a un Estado que no está a la altura de las circunstancias.
En pocos países, el periodismo machaca tanto sobre el periodismo como en la Argentina, donde los grandes diarios y sus periodistas son tildados de obscenidades que, en la mayoría de los casos, no concuerdan con los hechos. ¿Qué periodista que hoy orilla los 50 años de edad pudo haber colaborado con la mentada dictadura militar, por ejemplo? Ninguno y, sin embargo, algunos de esos "periodistas militantes" se jactan de una trayectoria que corrigen según la ocasión e intentan poner a unos contra otras en una cruzada que poco y nada tiene que ver con la función que deberían ejercer.
En boca de García se ha puesto que prefería a un militante antes que a un periodista. Lo desmintió, pero nada ha dicho sobre su peculiar descripción de los periodistas, tildados de "prostitutas", que "escriben mentiras en defensa de los intereses de los que les pagan", a diferencia de "los militantes", que escriben "la verdad al servicio del pueblo". Lo mismo pensaba Mussolini cuando dirigía su periódico y estaba por lanzarse a la política. Si el periodismo es esa suerte de trampolín, varios, si no la mayoría, nos hemos equivocado en nuestra vocación.
Por ser una empresa del Estado, así como lo son Canal 7 y Radio Nacional, Télam debería ser un ejemplo de pluralismo y diversidad, no una especie de trinchera desde la cual su propio presidente, designado por el gobierno nacional, se excusa en la gastada "defensa del modelo" para denigrar a todo aquel que disienta del parecer de sus jefes directos.
Los propios fundamentos del decreto fundacional de Télam señalan que "el pluralismo informativo debe ser asumido en su sentido más amplio y abarcativo", y que "el Estado debe promover el pluralismo en la información en tanto está entre sus obligaciones asegurar que todos los sectores puedan expresarse".
En la Argentina, con una publicidad oficial nunca bien distribuida, amenazas permanentes contra autoridades y periodistas de distintos medios de comunicación y hasta burlas de parte de las principales autoridades, se ha perdido el respeto por aquello que debe seguir siendo un pilar de la democracia. Es una falta de respeto que la mismísima presidenta de la República se sienta tentada a revisar la historia con la ligereza propia del fanático que no acepta grises, sino blancos y negros.
Pudieron haberse cometido errores, lo cual sería anormal si no hubiera ocurrido, pero jamás el periodismo sano, comprometido con sus valores, ha intentado embarcar a sus lectores, oyentes o televidentes en una cruzada tan destructiva como la encarada actualmente por presuntos periodistas que, en el fondo, han de sentirse orgullosamente militantes. Debería pensar García, antes de dejarse llevar por arrebatos, la responsabilidad que tiene y la dimensión de la empresa que dirige.
De hacerlo, y ser más sensato que con dichos tan desafortunados, quizá podría hacernos un gran favor a todos: dejar de pretender dictar cátedra de periodismo y dedicarse a sumar voluntades kirchneristas en los ámbitos que correspondan.
La crítica, cuando es acertada, nunca hiere tanto como la pretensión de subestimar a la gente y creer, a su vez, que el Estado es una fuente segura de empleos para familiares, amigos y afines a un gobierno en particular. Demasiados profesionales capaces y sin trabajo agradecerían no tener que enrolarse en una doctrina política, como en los años cincuenta, para obtener un empleo que, por si fuera poco, pagamos todos con nuestros impuestos.