EsKKraches
El viernes 23 de abril pasadas las 20 horas la neurocirujana cubana Hilda Molina se aprestaba a presentar su obra “Mi Verdad” en la Feria del Libro de Buenos Aires. A pocos minutos de comenzado el acto, un grupo de “estudiantes” y otras personas de etiología dudosa presentes en el salón comenzaron a hostigarla con cánticos favorables al dictador Fidel Castro, generándose en algunos minutos un descontrol que terminó con la retirada de la médica y sus presentadores y frustrando el acto.
Los causantes del escrache terminaron satisfechos la opereta pero consiguiendo el efecto contrario, ya que dieron a publicidad algo que no había tenido la difusión esperada. Por su parte, Molina acusó a la embajada de Cuba en nuestro país de organizar la provocación usando mano de obra local, con el ostensible fin de desprestigiarla e impedirle cualquier manifestación en contra del oprobioso régimen castrista.
El método del escrache, fomentado en nuestro país por la izquierda progresista y, en los últimos años, financiado por el kirchnerato, es una práctica autoritaria y deleznable surgida en la Europa fascista de interguerras (1918-1939) por medio del cual los gobiernos totalitarios perseguían a sus víctimas (identificadas como “el enemigo”) con el fin de “marcarlas” y exponerlas al escarnio y a la violencia de la comunidad.
Desde el retorno de la democracia en Argentina en 1983, los sucesivos gobiernos han apañado los escraches a cualquier individuo que se pronunciara contra los abusos del poder, aunque esta metodología ha sido especialmente dirigida a los integrantes de las fuerzas armadas acusados de violaciones a los derechos humanos durante el período 1976-1983. Casi ninguno de los militares hoy presos o fallecidos durante la administración kirchnerista se ha salvado de ser “escrachado”.
En los últimos meses los ataques han sido focalizados en el vicepresidente Julio Cobos, a quien se considera el enemigo público número uno, por no acompañar con su voto las políticas erradas de Cristina Fernández y sus acólitos, negándosele la posibilidad de disenso y pretendiendo un humillante sometimiento a los caprichos presidenciales.
Tan preocupante como la persecución al presidente del Senado resulta aquella de la que son objeto no solamente algunos medios de comunicación (diarios, radios y canales de TV), sino también ciertos periodistas que no comulgan con el gobierno o que manifiestan sus opiniones haciendo uso de la libertad de expresión consagrada en nuestra Carta Magna para todos los habitantes del suelo argentino y que los funcionarios deben defender a rajatabla. El escrache a los comunicadores sociales mediante afiches callejeros intimidatorios, defendido por el titular de la Autoridad Federal de Servicios de Comunicación Audiovisual, Gabriel Mariotto, desnuda el desprecio por la ley y la evidente voluntad oficial de silenciar o asfixiar cualquier voz en disidencia que no se someta a los absurdos dictados del kirchnerismo.
Sin embargo, lo que resulta aún más escandaloso es la difusión –desde las esferas oficiales- de una práctica totalitaria, propia de las dictaduras más rígidas e inhumanas que se verificaron y se verifican en el planeta, y con respecto a la que este gobierno -que ha basado gran parte de su propaganda en la defensa irrestricta de los derechos humanos- debería manifestarse claramente en contra.
Raquel E. Consigli
Horacio Martínez Paz