Así se denominó al período que siguió a la Revolución Francesa (1789), se extendió entre 1793 y 1794, y en el que los “ganadores” se embarcaron en una brutal represión a los opositores y contrarrevolucionarios, ejecutando con inusitada saña a muchos enemigos y complotadores, pero también a una enorme cantidad de ciudadanos inocentes, como el químico Antoine de Lavoisier.
Según lo dispuesto por el “Comité de Salvación Pública”, encabezado por el implacable Maximilien Robespierre, se mandaba a la guillotina a cualquier “sospechoso”, con la excusa de que podía desestabilizar al régimen. Tiempo después, este sanguinario político francés terminó de la misma forma: ejecutado en la guillotina por quienes luego conspiraron contra él.
En el siglo XX, la Rusia de José Stalin, la Italia de Benito Mussolini y la Alemania de Adolfo Hitler contemplaron atónitas el regreso del terror. Entre 1928 y 1953, las “purgas” ordenadas por Stalin reprimieron a la ciudadanía opositora, enviando a la muerte a por lo menos 20 millones de compatriotas (aunque las cifras parecen ser muy superiores), tarea que luego asumió la KGB durante la guerra fría (1945-1991).
Mussolini impulsó a sus Camisas Negras a la delación y la persecución de opositores, mientras que Hitler hizo lo propio en su momento con su policía secreta, la Gestapo, con lo que se calcula que mandó a la muerte a 17 millones de personas, entre judíos, gitanos, negros y adversarios políticos,
Durante la primera mitad del siglo XIX en las Provincias Unidas también tuvimos un dictador siniestro: Juan Manuel de Rosas, que, ensoberbecido por las facultades extraordinarias y la suma del poder público conferidas por la legislatura de Buenos Aires entre 1829 y 1852, se encargó, a través de la tristemente célebre Mazorca, especie de policía secreta, de perseguir y eliminar, a través del terror, a sus opositores políticos en todo el territorio nacional.
Como la humanidad parece no aprender de sus errores, en la Argentina del siglo XXI la presidenta Cristina Fernández, azuzada por un entorno tenebroso en el que la figura de su hijo Máximo -ahora candidato a diputado nacional y quien capitanea su agenda y sus libretos cotidianos, en especial los que se emiten con inexplicable frecuencia por cadena nacional-, se muestra dispuesta a acabar con la oposición política a través de su propia política del terror, en la que la agrupación La Cámpora juega un papel determinante.
Cualquier voz disidente a su errática segunda gestión comenzada en diciembre pasado, debe ser acallada de cualquier manera. Los métodos locales actuales implican la denuncia a la Agencia Federal de Ingresos Públicos (Afip) y su posterior persecución y aniquilamiento, además del escrache público para escarmiento de la ciudadanía. La presidenta y su Rasputín de turno (el patilludo Kicillof), junto con su séquito de felpudos, han diseñado un sistema que incluye hasta perros especialmente adiestrados para "oler" dólares, con el fin de disciplinar a la ciudadanía en el uso de la devaluada "moneda" nacional.
El ambiente enrarecido que se experimenta hoy en el país, que es una réplica exacta de las instancias de terror vividas por la humanidad en los últimos siglos, hacen presagiar un pésimo futuro a la dirigencia kirchnerista, que ha llevado a la paciencia popular hasta su límite más extremo.
© Raquel E. Consigli y Horacio Martínez Paz