28 may 2010

ASÍ LO VIVIMOS

ASÍ LO VIVIMOS

Desde Córdoba, nuestro lugar de residencia, observamos por la pantalla de la TV todos los brillos y miserias del festejo del bicentenario de la Revolución de Mayo en la capital del país.

En el desfile militar, organizado por el propio Estado -y vaya ironía-, brilló por su ausencia la comandante en jefe, poniendo el broche de oro al desprecio que sienten ella y su entorno por los uniformados. Este hecho contrastó notablemente con la masiva concurrencia de la ciudadanía, que se volcó espontáneamente a saludar el paso de los integrantes de nuestras fuerzas armadas y reconocerlos con patriótica algarabía. De la misma forma que en Córdoba, la escasez y antigüedad de armamento, móviles, equipos y recursos se trató de ocultar con millares de efectivos que, probablemente, en caso de un conflicto armado tendrán que recurrir al ingenio y apelar a la buena voluntad divina para defender a la Patria.

Los otros desplantes de la primera magistrada incluyeron la velada de gala en el teatro Colón, nuestro máximo coliseo finalmente restaurado y, como no podía ser de otra manera, el tradicional Tedéum en la catedral. En este caso, seguramente ante la imposibilidad de arrear borregos partidarios, optó por hacer "rancho aparte" en otro Tedéum en la basílica de Luján, demostrando una vez más la mezquindad espiritual de quien persiste en mantener desunido a su propio pueblo a fin de servir a sus apetitos personales de poder.

Los actos programados por el oficialismo, en tanto -que superaron todos los costos imaginables (hasta la limpieza posterior)-, dejaron un sabor a duda en lo que se refiere a constituir "expresiones de cultura", ya que el aparatoso y estrafalario espectáculo montado por la presidencia no significó precisamente un ejercicio de buen gusto.

Tampoco quedó en claro quiénes era los "dos mil artistas" en escena, ya que la función tuvo más que ver con los trapecistas de un circo o la cumbia villera que con la cultura ciudadana importada y cultivada por criollos e inmigrantes durante doscientos años. En este marco, la primera magistrada no despegaba en absoluto. Por el contrario, era la figura más apropiada para ese escenario de la extravagancia y la desmesura.

En el paseo del bicentenario, por su parte, que no fue otra cosa que una especie de feria de productos regionales, la presidente se ocupó especialmente en instalar el quiosco ideológico de madres y abuelas, con el propósito habitual de "dar la nota". Lo mismo ocurrió en el correo central, donde el acto más significativo lo constituyó la sesión de fotos de la presidente frente al mural de Siqueiros.

Otro capítulo de los "festejos" estuvo constituido por la galería de patriotas inaugurada en la Casa Rosada, donde el contraste entre José de San Martín y el Che Guevara resulta francamente intolerable, una afrenta similar a ubicar la biblia, no ya junto al calefón, sino al lado del inodoro.

Las iniquidades kristinistas, sin embargo, tuvieron su efecto bumerán: para el momento de la cena, seis de los siete presidentes latinoamericanos que arribaron al país en la tarde del 25, habían regresado a sus respectivos países, urgidos por atender las necesidades locales, aun los autoproclamados "socialistas del siglo XXI". Esto dejó al inefable Hugo Chávez sin audiencia obsecuente; solamente la primera magistrada debió compartir y competir con la verborragia populista del venezolano.

La fiesta mayor de la Patria, no obstante, recién llegará el 9 de julio de 2016, cuando podamos festejar con inmensa alegría los 200 años de nuestra independencia de la metrópoli española y coronarnos de gloria con la absoluta derrota de la korrupción kirchnerista.

Raquel E. Consigli
Horacio Martínez Paz