A raíz de la inusitada difusión de nuestro artículo anterior y ante la imposibilidad de responder individualmente la enorme cantidad de comentarios recibidos -a favor y en contra- aprovechamos este nuevo aniversario de nuestra Independencia para elaborar algunas reflexiones.
A la gran mayoría de ellos, que fueron positivos, muchas gracias. A los que con altura lo han rechazado, muchas gracias. Y a los que respondieron con insultos y descalificaciones, gracias también. Nuestro blog refleja un modo de ver la realidad del país, la nuestra, pero estamos abiertos a todo pensamiento serio, aunque se enfrente con el nuestro. En el primer párrafo del artículo decíamos que sabíamos que sería polémico. Así es la democracia, y sólo así podremos crecer.
Los dos pilares del sistema republicano, en el que queremos vivir, son la división de poderes y la libertad de expresión. Así lo han entendido aquellas naciones en el mundo con las que compartimos un presente soberano.
Así lo entendieron también los diputados provinciales que se reunieron en Tucumán a mediados de 1816 y que proclamaron al mundo nuestra independencia de España. De la misma manera se pronunciaron años más tarde los constituyentes que, reunidos en Santa Fe, nos dejaron como legado una Carta Magna en la que están enumerados nuestros deberes y derechos.
En la primera parte de nuestra Constitución se establecen desde ese momento y para siempre los derechos inalienables de los ciudadanos argentinos, concretando uno a uno los deseos expresados en el magnífico Preámbulo, que invita a todos los hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino. Algunos ejemplos son los artículos 14, 16, 17, 18, 19 y 32, en el que, debido a las limitaciones tecnológicas de la época sólo se habla de la libertad de “imprenta”.
Además de proclamar la igualdad ante la ley y la abolición de cualquier prerrogativa de sangre, la sabiduría de aquellos hombres, que ofrendaron sus conocimientos y su tiempo antes (1816) y después (1853) de los sangrientos enfrentamientos internos que nos dividieron durante varias décadas, quiso dejarnos como herencia una Patria generosa y justa, grande y soberana. En alguna antigua moneda argentina solía leerse “En unión y libertad”, deseo expresado también por José Hernández en nuestro poema nacional, el Martín Fierro: “los hermanos sean unidos…”.
Los prohombres de la Patria, aquellos próceres lejanos, con sus virtudes y defectos, nos legaron la vocación de asumir la responsabilidad que a cada uno le cabe en la sociedad. Como periodistas entendemos que la nuestra es actuar como contrapeso a las acciones de los gobiernos de turno, promoviendo la participación de todos los sectores sociales en la construcción del presente ciudadano, siendo la voz de los que no tienen voz, escuchando y haciéndonos oír en el marco del respeto a pesar del disenso, porque la riqueza se obtiene de la pluralidad.
En aquellos lugares donde la democracia es una utopía, como el caso de Cuba -donde no queremos vivir-, la división de poderes y la libertad de expresión son inexistentes, mientras que los medios de comunicación -al igual que todos los resortes del Estado- responden a la férrea dictadura castrista, que asfixia las voces en disidencia o les impone la censura previa.
Los ideales de los hombres que forjaron el país y los de todos los que trabajaron y trabajan silenciosamente por su grandeza están plasmados en los versos de nuestro himno nacional, con los que titulamos esta columna:
Oíd mortales el grito sagrado:
libertad, libertad, libertad.
El aprendizaje de la vida en libertad supone un inmenso desafío: el respeto por los derechos de todos los que habitamos este suelo, entre los que está incluida la libertad de expresión. Fue por la libertad que lucharon nuestros próceres, y por ella dieron la vida. El precio de la libertad es muy alto, es cierto, pero sin ella no vale la pena vivir, como remata también nuestro himno nacional:
Coronados de gloria vivamos
¡o juremos con gloria morir!
Los dos pilares del sistema republicano, en el que queremos vivir, son la división de poderes y la libertad de expresión. Así lo han entendido aquellas naciones en el mundo con las que compartimos un presente soberano.
Así lo entendieron también los diputados provinciales que se reunieron en Tucumán a mediados de 1816 y que proclamaron al mundo nuestra independencia de España. De la misma manera se pronunciaron años más tarde los constituyentes que, reunidos en Santa Fe, nos dejaron como legado una Carta Magna en la que están enumerados nuestros deberes y derechos.
En la primera parte de nuestra Constitución se establecen desde ese momento y para siempre los derechos inalienables de los ciudadanos argentinos, concretando uno a uno los deseos expresados en el magnífico Preámbulo, que invita a todos los hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino. Algunos ejemplos son los artículos 14, 16, 17, 18, 19 y 32, en el que, debido a las limitaciones tecnológicas de la época sólo se habla de la libertad de “imprenta”.
Además de proclamar la igualdad ante la ley y la abolición de cualquier prerrogativa de sangre, la sabiduría de aquellos hombres, que ofrendaron sus conocimientos y su tiempo antes (1816) y después (1853) de los sangrientos enfrentamientos internos que nos dividieron durante varias décadas, quiso dejarnos como herencia una Patria generosa y justa, grande y soberana. En alguna antigua moneda argentina solía leerse “En unión y libertad”, deseo expresado también por José Hernández en nuestro poema nacional, el Martín Fierro: “los hermanos sean unidos…”.
Los prohombres de la Patria, aquellos próceres lejanos, con sus virtudes y defectos, nos legaron la vocación de asumir la responsabilidad que a cada uno le cabe en la sociedad. Como periodistas entendemos que la nuestra es actuar como contrapeso a las acciones de los gobiernos de turno, promoviendo la participación de todos los sectores sociales en la construcción del presente ciudadano, siendo la voz de los que no tienen voz, escuchando y haciéndonos oír en el marco del respeto a pesar del disenso, porque la riqueza se obtiene de la pluralidad.
En aquellos lugares donde la democracia es una utopía, como el caso de Cuba -donde no queremos vivir-, la división de poderes y la libertad de expresión son inexistentes, mientras que los medios de comunicación -al igual que todos los resortes del Estado- responden a la férrea dictadura castrista, que asfixia las voces en disidencia o les impone la censura previa.
Los ideales de los hombres que forjaron el país y los de todos los que trabajaron y trabajan silenciosamente por su grandeza están plasmados en los versos de nuestro himno nacional, con los que titulamos esta columna:
Oíd mortales el grito sagrado:
libertad, libertad, libertad.
El aprendizaje de la vida en libertad supone un inmenso desafío: el respeto por los derechos de todos los que habitamos este suelo, entre los que está incluida la libertad de expresión. Fue por la libertad que lucharon nuestros próceres, y por ella dieron la vida. El precio de la libertad es muy alto, es cierto, pero sin ella no vale la pena vivir, como remata también nuestro himno nacional:
Coronados de gloria vivamos
¡o juremos con gloria morir!
Raquel E. Consigli
Horacio Martínez Paz