Los impresentables
Los Kirchner no sólo nos han sorprendido con su insólita sucesión en el cargo presidencial, sino que siguen asombrando a la ciudadanía por algunas de sus elecciones. Fernández es, además del apellido de la presidente, el de tres de sus colaboradores más cercanos e influyentes: Alberto, el jefe de gabinete; Aníbal, el ministro de Justicia y el recién designado, Carlos, ministro de economía.
Si uno busca en la guía telefónica, el apellido con más entradas parece ser “Rodríguez”. Sin embargo, a juzgar por la cantidad de “Fernández” en cargos públicos de primer orden, tal vez estemos asistiendo a una reproducción incontrolada de las familias que llevan el apellido de la presidente.
Lo curioso, sin embargo, entre las elecciones de los mandatarios K, es su especial predilección por aquellos personajes que cultivan el estilo ‘descuidado’ (negligé en francés, sloppy en inglés), lo cual se contradice con las expectativas de los votantes y con lo que debería entrañar la importancia de un cargo público. “El hábito no hace al monje”, dice el refrán, aunque en el caso que nos ocupa el vestido sí hace al funcionario. O por lo menos la higiene personal.
Entre 2003 y 2007, el ex presidente Néstor Kirchner se empeñó en mostrar al mundo su estilo “desenfadado”, “adolescente” y algunas veces hasta desubicado, en un afán, quizás, por transmitir una imagen “popular”, cercana a los “descamisados”, los desempleados o los desposeídos. Por el contrario, ningún mandatario en el mundo, ni siquiera los que han regido los regímenes totalitarios más severos, han sido descuidados en su vestimenta, ya que ello importa el respeto que se genera con los gobernados. Una cosa es austeridad o sencillez en la propia apariencia, como lo que intentan transmitir Evo Morales o Rafael Correa, reacios a la corbata, y otra muy distinta es la carencia de hábitos saludables como lo son lavarse la cara y afeitarse, en el caso del “género” masculino, y lavarse la cara, maquillarse y/o peinarse, para el “género” femenino.
Entre los personajes que entrarán a la galería de famosos por su desaliño personal, que de ninguna manera implica irse al otro extremo del péndulo y vivir pendiente del propio ‘look’, como es caso de Cristina Fernández, podemos incluir en el primer lugar del podio a Néstor Kirchner, célebre por sus sacos cruzados sin prender, sus mocasines “todo terreno” y su falso estilo ‘casual’, para engañar a la masa y ofender por igual a anfitriones e invitados.
El segundo lugar lo ocupa, sin lugar a dudas, el ex ministro de salud y ahora embajador en Chile, Ginés González García, peleado a muerte con el agua, el jabón, el peine y la máquina de afeitar, con lo que consigue cultivar un estilo “transgresor”, absolutamente impropio para su edad. A su vez, el primer ministro de economía de la gestión Cristina, de fugaz paso por la función pública, nos deleitó con su indomable “croquignole”, estilo afro-permanente de los años 80, y sus dedos “horneando” sus fosas nasales en pleno acto oficial en la Casa Rosada.
En el Congreso, el que se lleva todos los aplausos es el ex terrorista -hoy diputado- Miguel “Cogote” Bonasso, acérrimo perseguidor de Luis Patti, que ha convertido a su barba de varios días y su estilo improlijo en un must (obligación) para los funcionarios “progres”, que se plasman, por ejemplo, en el flamante ministro de economía.
Estos impresentables de la política provocan un rechazo tan rotundo como el que consigue la presidente Fernández con su estilo en el otro lado del péndulo: recargado, ostentoso y muchas veces desubicado (usa tobilleras, como si fuera una adolescente). Olvidan estos funcionarios que su aspecto es el reflejo de su forma de vida, sus aspiraciones y la manera en que conciben a sus interlocutores. Una cosa es la vida privada, otra la función pública. La falta de respeto hacia la ciudadanía evidenciada por algunos funcionarios de la gestión K es obvia y grave, e implica por igual a los “improlijos” y “transgresores” como a los recargados y ostentosos.