El país donde los muertos votan
“De acuerdo con las planillas oficiales que se usarán dentro de tres semanas, 26.290 hombres de más de 100 años están habilitados para votar y 7.000 de ellos tienen más de 112 años, la edad del japonés Tomoji Tanabe, el hombre más viejo del mundo. Si el padrón es correcto y toda esta gente se presenta el domingo 28, el Indec estará en aprietos: en su último censo, hecho en 2001, sólo registró 374 hombres de más de 100 años. Pero si la oficina de estadísticas es la que tiene razón, el padrón tiene una falla grande: registra más de 25.000 muertos. Y ésos son sólo los hombres.
No hay registro de las mujeres porque en la década del 40, cuando se sancionó la ley del voto femenino, el Congreso priorizó la discreción y ordenó que sus edades no quedaran asentadas en las fichas. Con el tiempo el criterio cambió, pero esa información, que no fue registrada, nunca pudo recuperarse.”
Así comienza una nota publicada el domingo pasado por un matutino de tirada nacional. Si tenemos en cuenta que los supuestos ganadores de la elección a gobernador en Córdoba, que se llevó a cabo el pasado 2 de septiembre, reclaman su triunfo por 17 mil votos, no es utópico pensar que el club de los super-abuelos podría hacer cambiar el resultado de un escrutinio nacional con -solamente- la tercera parte de sus afiliados. Ni que hablar de Chaco, donde la diferencia fue de apenas mil votos.
La nota citada continúa con otros dos párrafos tan sorprendentes como los primeros: “las autoridades de la justicia electoral, que son quienes preparan los padrones, saben que sus planillas arrastran miles de muertos, incluso menores de 100 años, pero afirman que no pueden borrar a nadie sin “la baja” del Registro Nacional de las Personas (Renaper), organismo que depende del Ministerio de Interior. Para el Gobierno, el problema está en la ley. Hay que cumplir demasiados requisitos para remover de las listas a una persona fallecida, afirma el director nacional electoral, Alejandro Tullio. “Con un certificado de defunción debería ser suficiente para dar de baja a alguien, pero la ley establece lo contrario”, dice el funcionario.”
Siguiendo con las suposiciones, si además de los más de 26 mil varones de más 100 años y de los “miles de muertos” de ese sexo que votarán por no estar dados de baja, hay que agregar las mujeres en ambas situaciones: las que tienen más de 100 y las que no están dadas de baja por resultar muy complicado el “trámite”.
Mientras los funcionarios acusan a la Justicia por no depurar los padrones, Gerardo Morales, el compañero de fórmula de Roberto Lavagna, afirma en la misma nota que “estando el recuento en manos del Correo no podemos descartar que ocurran cosas. En varias provincias ES USUAL que haya muertos que votan. Ha pasado en Salta, Tucumán, Misiones”.
Siendo en Argentina el voto optativo después de los 70, no sería difícil, si hubiera voluntad, implementar algún mecanismo de control para asegurar que los mal llamados “abuelos” (que ciertamente poco y nada tienen de incapaces o ineptos) estén debidamente asentados en los padrones y puedan votar si ése es su deseo, desalentando la posiblidad de que sea usurpado su derecho al voto, y a la vida.
Por otra parte, sería deseable que un famoso libro asentara entre sus récords a la Argentina por la cantidad de abuelos que han superado los 100 años, mujeres y varones, ya que, si creemos en las estadísticas nacionales, rondarían los 50 mil, dato que nos catapultaría al primer puesto mundial en este rubro.
Seguramente muchos países nos pedirían la fórmula que explica la extraordinaria longevidad de una parte sustancial de nuestra ciudadanía. Además de eso habría que convocar a todos y cada uno de estos ancianos para que reciban un justo reconocimiento del estado argentino (¿un museo?, ¿un monumento?), ya que, haber llegado -o superado- la centuria, con las magras jubilaciones que perciben, es en sí otro imbatible récord. A nivel mundial.
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14 oct 2007
2 oct 2007
Los Miserables
Así intituló Victor Hugo una de sus novelas más famosas, profundo estudio de la naturaleza y del alma humanas y obra maestra de la literatura universal. El protagonista, Jean Valjean, acorralado por la miseria, es enviado a prisión por haber robado un pedazo de pan para poder sobrevivir. Luego de muchos años de injusta y cruel cárcel, Jean se fuga y pide asilo en la casa de un obispo. Tentado por el vicio, intenta robar la platería de su protector, pero es descubierto. Sin embargo, el obispo muestra hacia él una actitud de misericordia y generosidad que cambia para siempre la vida de Valjean. A partir de ese momento se promete a sí mismo convertirse en un hombre de bien. Se establece en un pequeño pueblo y dedica su vida a practicar con su prójimo la bondad que otros experimentaron con él. Esta obra monumental escrita en la segunda mitad del siglo XIX es un retrato de las miserias y las bondades del alma humana, que aparecen en cada individuo de acuerdo a las circunstancias que le tocan vivir, pero resaltando por sobre todas las cosas la capacidad de redención del ser humano, cuando le es ofrecida la oportunidad de volver empezar.
Si tuviéramos que comparar a los personajes de esta tragedia -donde la desesperación originada en la injusticia social es el rasgo dominante que, a juicio del autor, los convierte en los merecedores de tal epíteto- con los integrantes de la casta dirigente argentina, no sería difícil reconocer quiénes son los miserables -telúricos- del siglo XXI, los verdaderos miserables por su incapacidad para redimirse a pesar de la miríada de recursos con que han sido bendecidos.
Haciendo una escala de miserables en la política nacional, el primer puesto correspondería al presidente y su esposa, insensibles, ambiciosos en el mal sentido, despilfarradores e incitadores a la división y a la violencia social. El segundo puesto, inmediatamente después de la pareja presidencial, correspondería al ministro de Salud, Ginés González, ferviente mentor de la cultura de la muerte con su apoyo indisimulado a cualquier aborto presente y futuro, su repartija indiscriminada de preservativos y su pertinaz negligencia hacia los más necesitados del sistema de salud; en tercer lugar se sitúa el ministro de seguridad bonaerese, León Arslanián, que mientras descansa en un lujoso hotel de Palm Beach, sostiene que los argentinos tienen una “sensación de inseguridad” que, como la sensación térmica, es más producto de la imaginación de los ciudadanos que de la realidad. El cuarto lugar lo ocupa el jefe de gabinete Alberto Fernández, cuya función es mantener vigente la mentira oficial, a toda costa, de forma que se vuelva “creíble”: en Argentina no hay inflación, entre tantas, tantas otras mentiras.
La interminable escala de miserables de la política argentina, sujetos sin posibilidad de redención debido a su propia decisión, nos lleva a esperar que la ciudadanía, que ha dado tantas muestras de raciocinio en los últimos meses, demuestre con su voto el próximo 28 de octubre que “los miserables”, estos miserables que han destruido la república, que ambicionan el poder por el poder mismo, que no entienden que la función pública significa exactamente “servicio a la comunidad”, no tengan cabida nunca más en la dirigencia de nuestro país.
Así intituló Victor Hugo una de sus novelas más famosas, profundo estudio de la naturaleza y del alma humanas y obra maestra de la literatura universal. El protagonista, Jean Valjean, acorralado por la miseria, es enviado a prisión por haber robado un pedazo de pan para poder sobrevivir. Luego de muchos años de injusta y cruel cárcel, Jean se fuga y pide asilo en la casa de un obispo. Tentado por el vicio, intenta robar la platería de su protector, pero es descubierto. Sin embargo, el obispo muestra hacia él una actitud de misericordia y generosidad que cambia para siempre la vida de Valjean. A partir de ese momento se promete a sí mismo convertirse en un hombre de bien. Se establece en un pequeño pueblo y dedica su vida a practicar con su prójimo la bondad que otros experimentaron con él. Esta obra monumental escrita en la segunda mitad del siglo XIX es un retrato de las miserias y las bondades del alma humana, que aparecen en cada individuo de acuerdo a las circunstancias que le tocan vivir, pero resaltando por sobre todas las cosas la capacidad de redención del ser humano, cuando le es ofrecida la oportunidad de volver empezar.
Si tuviéramos que comparar a los personajes de esta tragedia -donde la desesperación originada en la injusticia social es el rasgo dominante que, a juicio del autor, los convierte en los merecedores de tal epíteto- con los integrantes de la casta dirigente argentina, no sería difícil reconocer quiénes son los miserables -telúricos- del siglo XXI, los verdaderos miserables por su incapacidad para redimirse a pesar de la miríada de recursos con que han sido bendecidos.
Haciendo una escala de miserables en la política nacional, el primer puesto correspondería al presidente y su esposa, insensibles, ambiciosos en el mal sentido, despilfarradores e incitadores a la división y a la violencia social. El segundo puesto, inmediatamente después de la pareja presidencial, correspondería al ministro de Salud, Ginés González, ferviente mentor de la cultura de la muerte con su apoyo indisimulado a cualquier aborto presente y futuro, su repartija indiscriminada de preservativos y su pertinaz negligencia hacia los más necesitados del sistema de salud; en tercer lugar se sitúa el ministro de seguridad bonaerese, León Arslanián, que mientras descansa en un lujoso hotel de Palm Beach, sostiene que los argentinos tienen una “sensación de inseguridad” que, como la sensación térmica, es más producto de la imaginación de los ciudadanos que de la realidad. El cuarto lugar lo ocupa el jefe de gabinete Alberto Fernández, cuya función es mantener vigente la mentira oficial, a toda costa, de forma que se vuelva “creíble”: en Argentina no hay inflación, entre tantas, tantas otras mentiras.
La interminable escala de miserables de la política argentina, sujetos sin posibilidad de redención debido a su propia decisión, nos lleva a esperar que la ciudadanía, que ha dado tantas muestras de raciocinio en los últimos meses, demuestre con su voto el próximo 28 de octubre que “los miserables”, estos miserables que han destruido la república, que ambicionan el poder por el poder mismo, que no entienden que la función pública significa exactamente “servicio a la comunidad”, no tengan cabida nunca más en la dirigencia de nuestro país.
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